Armador y empresario establecido en La Habana con amplias relaciones comerciales en el Caribe, Juan de Miralles residió en Filadelfia como representante ante el Congreso e informador de la Corte de España entre 1777 y 1780. Mantuvo contactos frecuentes con George Washington, militares y congresistas, el embajador francés y otras personalidades. Obtuvo informes sobre el enemigo británico de su red de agentes y asociados y gestionó el envío de préstamos y material de guerra para el Continental Army.
Juan de Miralles Trayllón nació en Preter (Alicante), segundo hijo de un matrimonio de origen francés asentado en la localidad. Tras pasar una corta estancia en Francia, llegó a La Habana en 1740, se estableció como empresario y prosperó rápidamente gracias a su olfato para los negocios, buenas maneras y don de gentes. Cuatro años más tarde, contrajo matrimonio con María Eligio de la Puente, dama de una de las familias más ricas de Cuba, con importantes conexiones familiares en La Florida española.
Los negocios de Miralles fueron muy diversos. Fue armador de buques y comerciante, principalmente con La Florida, así como con los puertos del Caribe y los de Charleston, Filadelfia, Nueva York y Boston. Hay indicios de que también se dedicó, ocasionalmente, a gestionar algunos envíos de esclavos africanos a América, especialmente, para sus socios de origen irlandés de la ciudad de Alicante, una actividad común entre los comerciantes del Caribe y de la costa este norteamericana. Pero sus negocios se centrarían, definitivamente, ya en la década de los sesenta, en la importación y exportación de mercancías, especialmente harina. En 1776, era uno de los comerciantes más importantes de la isla, siendo propietario de una flota de una decena de buques de transporte, goletas como la San Antonio, la Miralleson, María Bárbara, Marte o El Galgo. Uno de los socios más importantes de Miralles fue Robert Morris, por entonces un rico empresario de Filadelfia, que después se convertiría en el «banquero de la Revolución».
Al estallar la Revolución Americana, el ministro de Indias, José de Gálvez, designó a varios agentes para que mantuvieran informada en secreto a la Corte de España de los movimientos británicos en La Florida y Jamaica y de los acontecimientos en las colonias rebeldes. Nadie más indicado que Miralles, que fue nombrado, el 11 de noviembre de 1777, agente español ante el Congreso de Filadelfia. Pero, al haber sido esta ciudad ocupada por los ingleses, se dirigió a Charleston, donde desembarcó en enero de 1778. Desde allí mantuvo contactos con el gobernador Edward Rutledge y con el gobernador de Virginia, Patrick Henry, así como con el de Carolina del Norte, Abner Nash, quienes le solicitaron dinero y material para las tropas rebeldes. Muchos de estos suministros y préstamos fueron costeados por Miralles de su propio bolsillo.
En Charleston, compró una nueva goleta, que bautizó como San Andrés y que utilizó, especialmente, para mantener el comercio con La Habana y enviar sus informes al capitán general de Cuba, Diego José Navarro, quien centralizaba toda la inteligencia militar.
Una vez que las tropas del general Clinton abandonaron Filadelfia en junio de 1778, Miralles se estableció en dicha ciudad y se alojó en una casa que aún hoy existe, situada en 3rd Street, junto a la Powell House. Poco después, llegaría el embajador francés, Conrad Alexander Gérard, a bordo de una pequeña flota francesa arribada a las costas de Nueva Inglaterra, tras la declaración de guerra de Francia a Gran Bretaña.
Durante su estancia en la ciudad, Miralles ofreció magníficas recepciones a personalidades como el mismo George Washington y su esposa Martha, el marqués de Lafayette, los generales Greene, Von Steuben y Schuyle, el pintor Charles Wilson Peale —a quién encargó cinco copias de su famoso retrato de Washington— y varios congresistas. Miralles solicitó que nunca se hiciera pública su condición de enviado de la Corona española en su actividad en la ciudad. La razón es que, aunque ayudara decididamente a los rebeldes, España era oficialmente neutral y existía el temor al contagio de las ideas revolucionarias a los territorios españoles de América. Miralles desempeñó su misión con inteligencia y prudencia, estableciendo una red de amistades y contactos entre los miembros del Congreso. Siendo claramente partidario de la revolución, siguió la postura oficial de la política española, que pasó de la ayuda secreta durante la neutralidad de 1776-1778 a la implicación directa en la guerra a partir de 1779.
Miralles remitía frecuentes cartas a La Habana informando de la marcha de la contienda y sobre los movimientos de las tropas británicas. Para su misión de recopilar inteligencia militar, aprovechó toda su red de socios, los capitanes de buques españoles y americanos que surcaban aquellas aguas y los agentes comerciales en las ciudades costeras. Los movimientos enemigos eran vigilados en una zona que se extendía desde Jamaica, pasando por los puertos del Caribe, hasta la costa norteamericana.
Miralles intercambiaba correspondencia frecuente con Washington sobre estas cuestiones, mientras que gestionaba importantes ayudas de dinero y material para las Trece Colonias. Están documentados dos préstamos de 26.600 y 14.000 pesos a Carolina del Sur, así como otro de 140.650 pesos, firmado por el general Lincoln, al Board of Treasury del Congreso. Miralles también aconsejó al Congreso sobre las ayudas que podía suministrar secretamente el gobernador de La Luisiana española, Bernardo de Gálvez. Estas se entregaban, generalmente, a través del agente de Robert Morris en Nueva Orleans, Oliver Pollock. Un ejemplo fueron las recogidas por el capitán James Willing en marzo de 1778: gran cantidad de telas azules, rojas y blancas, «6 cajas de quinina, 8 cajas de otras medicinas, 100 quintales de pólvora en cien barriles y 300 fusiles con sus bayonetas». En junio de 1778, se entregaron provisiones y vestuario para las tropas de Rogers Clark, que luchaban muy al norte del río Misisipí, en el actual Illinois, así como todo el material necesario para armar una goleta, que fue remitido desde La Habana.
Una vez que España entró en la guerra en junio de 1779, continuaron los envíos de suministros españoles, individualmente o de forma conjunta con Francia, así como el intercambio de espionaje sobre desplazamientos de tropas enemigas. Durante el primer trimestre de 1780, Miralles solicitó al Congreso que se realizara alguna operación contra la retaguardia británica, para facilitar los ataques españoles en La Luisiana y La Florida. El Congreso debatió si era conveniente atacar San Agustín de Florida y George Washington mantuvo varias reuniones y correspondencia con Miralles sobre el particular. Finalmente, propuso que se realizara una operación combinada franco-hispano-norteamericana contra Carolina del Sur o Georgia y ordenó al general Lincoln que coordinara con Miralles algunas operaciones, para favorecer el inminente ataque de Gálvez a Pensacola.
Lamentablemente, esta coordinación quedó interrumpida al fallecer Miralles inesperadamente de una pulmonía, el 28 de abril de 1780, mientras visitaba, junto al embajador francés, el cuartel general de Washington en Morristown. El general norteamericano organizó un solemne funeral en muestra del aprecio por el enviado de la corona española, durante el cual, las tropas del Continental Army rindieron honores de estado.
En una carta dirigida a las autoridades españolas, Washington escribió: «El Sr. Miralles ha sido universalmente estimado en este país y también ha sido universalmente sentida su muerte». Juan de Miralles dejó escrito en su testamento que se entregara «un abrigo nuevo» a cada uno de sus criados y que se liberara en La Habana a su único esclavo negro, Rafael, con su mujer y su hijo, y se les diera una propiedad «donde puedan establecerse». Gran parte del dinero que prestó personalmente a la Revolución Americana nunca le fue devuelto. Su misión en Filadelfia la continuó su secretario, Francisco Rendón, hasta ser sustituido este por Diego de Gardoqui en 1785.