Oficial del ejército, aventurero, conspirador y soñador en una Sudamérica independiente, participó en las campañas de España en el golfo de México y el Caribe durante la Revolución Norteamericana. Fue también protagonista de la Revolución Francesa, vivió exiliado gran parte de su vida, viajó por medio mundo y amó apasionadamente a las mujeres y a la vida. Acabó sus días desterrado y enfermo en una prisión.
Francisco de Miranda Rodríguez nació el 29 de marzo de 1750 en la ciudad de Caracas, por entonces perteneciente al virreinato de Nueva Granada (actualmente Venezuela y Colombia), de padres españoles. Su padre, Sebastián, era un rico e importante comerciante. En esa ciudad vivó sus primeros veinte años, hasta que, decepcionado por las dificultades que encontraban los criollos para su ascenso social y profesional, se trasladó a la metrópoli. Llegó a Madrid en marzo de 1771 y, bajo la protección de un amigo de su padre, se dedicó al estudio de las matemáticas, la geografía y los idiomas francés e inglés. En 1772, el rey Carlos III autorizó su ingreso en el ejército, tras haber obtenido una plaza de capitán en el Regimiento de Infantería de la Princesa. Comenzó a frecuentar la compañía de mujeres de diferentes clases sociales, a quienes conquistaba gracias a su elegancia, inteligencia y maneras educadas y atentas, teniendo, durante toda su vida, un gran número de amantes. Una de las mujeres de su vida fue la británica Sarah Andrews, que le daría dos hijos, Leandro y Francisco.
Su primera experiencia de combate fue la defensa de la plaza española de Melilla, situada en la costa norteafricana, que fue asediada durante un año por el sultán de Marruecos. Poco después, tomó parte, como muchos militares españoles de entonces, en el desastroso desembarco de Argel de 1775. Tras solicitar infructuosamente el trasladado a América, consiguió ser enviado a Cádiz, donde conoció al comerciante inglés John Turnbull, con negocios en Gibraltar, que sería su amigo toda la vida. También inició una amistad con el general Juan Manuel de Cagigal, bajo cuya protección estuvo durante los años siguientes. Cagigal nombró a Miranda su ayudante de campo cuando fue nombrado jefe del Ejército Expedicionario que embarcó en Cádiz, en abril de 1780, para combatir en la guerra contra Inglaterra en América. Llegó a La Habana en agosto como capitán del Regimiento de Aragón, junto a 11.000 soldados españoles. Al año siguiente, participó en el ataque a Pensacola, donde las tropas españolas, al mando de Bernardo de Gálvez, lograron la victoria y el control de La Florida Occidental, lo que supuso un duro golpe para el desarrollo de la estrategia británica en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Como premio a su destacada actuación, el rey le concedió el ascenso a teniente coronel.
Entre agosto y diciembre de 1781, Cagigal le envió a la Jamaica británica, para negociar un intercambio de prisioneros, misión que aprovechó para espiar las defensas de la isla. A su vuelta a Cuba, elaboró unos detallados planos que sirvieron eficazmente a Gálvez para preparar el ataque a la colonia inglesa. La operación, que contaba con un ejército combinado franco-español concentrado en la isla de La Española, se aplazó tras la derrota de la flota francesa en la batalla de Los Santos, para finalmente ser cancelada por la finalización de las hostilidades. En abril del año siguiente, Miranda acompañó de nuevo a Cagigal, esta vez en el ataque hispano-norteamericano contra las islas Bahamas, donde se encargó de las negociaciones para la capitulación de la guarnición británica, que tuvieron lugar en la isla de Providencia el día el 8 de mayo de 1782.
Miranda fue reuniendo una selecta biblioteca personal, en la que se encontraban todos los libros más importantes del pensamiento ilustrado, como las obras de Montesquieu, Voltaire o Rousseau, que estaban prohibidas en España y Francia por considerarse revolucionarias. Por otra parte, su carácter poco ortodoxo y contestatario le acarreó no pocos enemigos, dentro y fuera del ejército. La justicia andaba tras sus pasos y, a pesar de la protección que le brindó Cagigal en varias ocasiones, acabó siendo acusado de subversión y de contrabando y, aunque más tarde sería absuelto, decidió desertar de Cuba, en junio de 1783, y refugiarse en los recién nacidos Estados Unidos.
Durante algo más de un año viajó por las Trece Colonias y conoció a algunos de los padres fundadores, como George Washington y Alexander Hamilton, o los generales Knox y Lafayette. Durante este período, concibió la idea de una Sudamérica independiente de España, siguiendo el modelo de la Revolución Americana, idea a la que consagraría el resto de su vida. Buscó en varias ocasiones el apoyo británico y estadounidense para una invasión libertadora de Colombia y Venezuela, aunque solo recibió promesas que nunca se materializaron en nada definitivo. Viajó en diciembre de 1784 hacia Inglaterra, que estaba muy interesada en desmembrar las posesiones americanas de España, en venganza por la derrota que esta le había infligido en la Guerra de Independencia de Estados Unidos.
Entre 1785 y 1789, recorrió gran parte de Europa, desde Italia hasta San Petersburgo, observando, aprendiendo y escribiendo un interesante diario, en el que proporciona todo tipo de detalles sobre aquella época de reformas y convulsiones que provocó la Ilustración. En 1792, al no recibir apoyos en Inglaterra, se trasladó a París, que se hallaba en plena Revolución Francesa.
Allí, gracias a las cartas de recomendación que llevaba y su experiencia militar, obtuvo el grado de mariscal en el ejército revolucionario, combatiendo en las campañas contra Prusia en el norte de Francia y Bélgica. El torbellino de la revolución y sus luchas internas acabaría arrastrándole a la cárcel acusado de traición, aunque recuperaría su libertad en enero de 1795.
Tras volver a Inglaterra, dedicó los años siguientes a preparar su proyecto político para la nueva Sudamérica independiente. A pesar de sus esfuerzos y muchas gestiones, no encontraría apoyos decisivos ni en Gran Bretaña ni en Estados Unidos, aunque llegó a ir a Washington para entrevistarse con el presidente Thomas Jefferson. En 1805, consiguió que el banquero judío Samuel Ogden, su amigo Turnbull y otros comerciantes de Nueva York financiaran una pequeña expedición militar. Al mando de tres buques, se hizo a la mar hacia Venezuela desde Nueva York, pasando por Haití. Pero aquel intento fracasó estrepitosamente nada más desembarcar y hubo de volver a Inglaterra.
Una nueva oportunidad para sus planes se abriría en diciembre de 1810. El vacío de poder que existía en los territorios de la Corona española en América, provocado por la invasión napoleónica de la Península Ibérica, había creado las condiciones óptimas para un proceso independentista. Miranda volvió de nuevo a Venezuela, acompañando al líder rebelde Simón Bolívar.
Pero, tras varios años de dura lucha sin alcanzar resultados concluyentes, las disensiones internas entre los jefes independentistas provocaron que Miranda fuera traicionado por su compañero Bolívar y entregado a las autoridades realistas en 1812.
Fue trasladado a Cádiz, ciudad donde había vivido en su juventud y desde donde partió, un ya lejano 1780, hacia América, y de cuya prisión no saldría ya nunca más, pues falleció, tras varios meses de amarga y dura enfermedad, el 14 de julio de 1816. Miranda es considerado el gran precursor de la independencia de Sudamérica, aunque siempre soñó con un continente unido, bajo la bandera que él mismo diseñó en 1805, cuyos colores utilizan hoy varios países hispanoamericanos en su memoria.