En el sur de España, en una montañosa zona de Andalucía, se encuentra Macharaviaya, un pequeño pueblo de la provincia de Málaga. Allí, el 23 de julio de 1746, nació Bernardo, hijo de Matías de Gálvez y Ana Gallardo, un modesto matrimonio de ascendencia hidalga, que vivía cultivando viñas y cosechando los variados frutos de aquella agreste tierra y, también, de la crianza de cabras y otros animales domésticos.
Matías era el mayor de cuatro hermanos —los otros eran José, Miguel y Antonio— y desde muy joven se inclinó por la carrera militar. En 1755, con el empleo de capitán, fue destinado a la isla de Tenerife y allí se trasladó con su esposa y su hijo. Bernardo regresó a la Península con 16 años para incorporarse al regimiento francés Royal Cantabre, que había llegado a España para colaborar en la invasión de Portugal, cuando estaba próxima a finalizar la Guerra de los Siete Años. Terminado el conflicto, pasó con el citado regimiento a Francia, en donde permaneció durante más de un lustro perfeccionando su formación militar.
En 1769, su tío José de Gálvez se encontraba en el virreinato de Nueva España encargado por el rey Carlos III de reorganizar y sanear su administración. Pero, además de afrontar tan importante misión, impulsó la exploración y civilización de la Alta California, evitando así que pudiera caer en manos de los rusos. En la evangelización de aquellas tierras desempeñó un relevante papel Fray Junípero Serra, fundador de una veintena de misiones que dieron lugar al nacimiento de ciudades hoy tan importantes como San Diego, Los Ángeles o San Francisco.
José de Gálvez también se preocupó de mejorar la defensa de las llamadas Provincias Internas contra las incursiones de los apaches. Este territorio era un inmenso espacio de más de dos millones de km2 que comprendía los actuales estados norteamericanos o mexicanos de Arizona, Texas, Nuevo México, Sonora, Coahuila, Nueva Vizcaya o Nuevo León.
En 1769, Bernardo de Gálvez llegó a Chihuahua y se le confirió el mando de una compañía de «soldados de cuera» o «presidiales», como eran conocidos en la época los militares españoles que operaban en aquel territorio para repeler las incursiones de los apaches. El joven capitán Gálvez tuvo una brillante actuación dirigiendo tres campañas, en las que recibió cuatro heridas de flecha o lanza. En una de estas expediciones alcanzó el río Pecos, ya en el territorio de Texas.
Al iniciar su cuarta campaña, sufrió graves lesiones a causa de una caída de caballo, por lo que le aconsejaron regresar a España. Viaje que realizó en 1772 acompañando a su tío José, que ya había concluido, con notable éxito, su difícil y ardua misión.
Bernardo de Gálvez fue destinado al regimiento de Sevilla y, en 1775, fue seleccionado para perfeccionar su formación militar en una academia creada a tal efecto en Ávila. Allí conoció a Francisco de Saavedra, quien sería el mejor de sus amigos. Pero, a los pocos meses, su unidad fue incorporada al ejército que España aprestó para atacar Argel, puerto base de la piratería berberisca que asolaba las costas españolas del Mediterráneo occidental.
El resultado de esta expedición fue desastroso: unos 4.000 soldados perdieron la vida y otros tantos resultaron heridos, entre ellos el capitán Gálvez, que recibió un disparo de fusil en su pierna izquierda. Por entonces este tipo de herida solía ser mortal de necesidad, pero, posiblemente, su fuerte constitución le permitió superar el trance. Por su heroico comportamiento fue ascendido al empleo de teniente coronel.
Al año siguiente, tras el fallecimiento en enero de 1776 de Julián de Arriaga, ministro de Indias, José de Gálvez fue nombrado para sucederle. Pocos meses más tarde, el día 4 de julio, las Trece Colonias inglesas en la costa este de Norteamérica declararon su independencia del Reino Unido.
Ascendido a coronel, Bernardo de Gálvez regresó a América y el 1.º de enero de 1777 tomó posesión, en Nueva Orleans, del cargo de gobernador de la provincia de La Luisiana y el mando del regimiento que la guarnecía. Su antecesor, el general malagueño Luis de Unzaga, ayudaba desde hacía varios años a los patriotas norteamericanos, facilitando que les llegase por el Misisipí toda clase de pertrechos, fundamentalmente pólvora y dinero.
En Nueva Orleans, en noviembre del mismo año 1777, Bernardo se casó in articulo mortis con Felicité Saint-Maxent, con quien tuvo tres hijos: Matilde, Miguel y Guadalupe. Poco antes de su boda contrajo una enfermedad, dictaminada por expertos facultativos como «amebiasis intestinal», que le provocaría una crisis casi semanal. Nueve años después sería la causa de su fallecimiento.
Gálvez continuó suministrando ayuda de todo tipo a los patriotas americanos, aunque intentando mantener el más estricto secreto, para evitar un prematuro conflicto con los británicos. Aumentó, además, su red de informadores, para conocer mejor el estado de los establecimientos británicos situados en la orilla izquierda del Misisipí y las importantes plazas fuertes de La Mobila y Pensacola, que eran la llave de La Florida occidental. Para todo ello, fue determinante la intervención del patriota Oliver Pollock, representante en La Luisiana del Congreso Continental.
Pero, declarada la guerra, el ya brigadier Gálvez tomó la iniciativa y, en agosto de 1779, tras superar los efectos de un devastador huracán, inició la marcha hacia los fuertes ingleses establecidos en la margen izquierda del Misisipí al mando de una variopinta tropa de la que, junto a unos 300 soldados de su regimiento, formaron parte colonos franceses, ingleses, alemanes y españoles, que habitaban en los pueblos cercanos, así como esclavos, libertos, mestizos, indios y, también, patriotas norteamericanos. Eran casi 1.600 hombres, con los que logró la hazaña de conquistar Manchak, Baton Rouge y Natchez.
No obstante, quedaban aún dos importantes reductos británicos:
La Mobila y Pensacola. Tras superar una gran tormenta, que deshizo el convoy en el que transportaba sus tropas, el 14 de marzo de 1780 conquistó el fuerte Charlotte, de La Mobila. Siete meses después, una expedición partió de La Habana para intentar conquistar Pensacola, pero fue deshecha por otro fortísimo huracán. Gálvez no se amilanó y logró que sus jefes en La Habana aparejasen una nueva expedición que, en marzo de 1781, pudo desembarcar en la isla de Santa Rosa.
Para afrontar el asedio de los tres fuertes que defendían el principal bastión británico en La Florida occidental, era necesario el apoyo de la flota, que protegería el cruce de sus tropas desde Santa Rosa a tierra firme. Pero el canal de entrada estaba defendido por el fuerte de Barrancas Coloradas, artillado con cinco piezas de a 32 libras y seis de a 8 libras. El navío San Ramón, buque insignia de la escuadra de apoyo, intentó penetrar en la bahía, pero encalló en un banco de arena y su capitán desistió de intentarlo por segunda vez ante el riesgo de varar nuevamente. Ofuscado por este incidente, cometió el error de no permitir que las fragatas, de menor calado, intentasen cruzar el canal de entrada.
Ante esta crítica situación, con el gravísimo riesgo de que la expedición fracasara, el 18 de marzo de 1781, Gálvez envió al jefe de la escuadra el siguiente mensaje:
Una bala de a treinta y dos que le envío y presento es de las que reparte el fuerte de la entrada. El que tenga honor y valor que me siga. Yo voy por delante con el Galveztown para quitarle el miedo.
Inmediatamente, Bernardo de Gálvez, a bordo de su bergantín, inició la navegación por el canal de entrada a la bahía y, al momento, la artillería de Barrancas comenzó a abrir fuego sobre el Galveztown. Pero ninguno de los 27 disparos británicos le alcanzó. Gálvez culminó así la hazaña con la que alcanzó la gloria y la fama.
Tras casi dos meses de asedio, en el que Gálvez sufrió dos heridas, el día 8 de mayo, la explosión de una granada española destruyó el fuerte de La Media Luna, que dominaba los del Sombrero y Jorge, lo que provocó la rendición de los ingleses, que entregaron sus armas al día siguiente. Más de 1.100 hombres, unos 150 cañones y numeroso material cayeron en poder de los españoles. Gálvez fue ascendido a teniente general y, poco después, accediendo a la petición de los habitantes de La Luisiana, el rey Carlos III le concedió el título de conde de Gálvez, con el mote «Yo solo» para su blasón.
Estos triunfos fueron casi simultáneos a los que obtuvo su padre Matías de Gálvez en el teatro de operaciones de Guatemala, de donde expulsó a los británicos. El rey Carlos III lo premió con el ascenso a teniente general y, poco después, lo nombró virrey de Nueva España, donde destacó por su honradez y su protección al pueblo y a la cultura mexicanos.
Pero Matías de Gálvez falleció muy pronto y su hijo Bernardo fue designado para sustituirle. En junio de 1785, el conde de Gálvez entró en México y fue clamorosamente recibido. Le precedía la fama por las victorias conseguidas y su popularidad fue en aumento, a medida que los mexicanos iban conociendo sus cualidades personales y su bondadoso carácter.
Lo más destacado de su corto mandato fue el auxilio que prestó al pueblo ante la terrible hambruna que provocó la pérdida de las cosechas por unas fuertes y tempranas heladas. En ello invirtió importantes recursos públicos y, también, hasta la herencia que su padre le había legado.
Pero Bernardo de Gálvez, minado por la enfermedad a la que ya hemos aludido, falleció en Tacubaya el 30 de noviembre de 1786. Su cuerpo fue amortajado con el uniforme de teniente general y cubierto por el manto de la Orden de Carlos III. A la capilla ardiente y al funeral acudió un inmenso gentío. Su cadáver fue depositado en la cripta del altar mayor de la catedral de México, hasta que, meses después, fue trasladado a su definitivo sepulcro en la iglesia franciscana del Colegio Apostólico de San Fernando.
Bernardo de Gálvez fue un gran militar y un gran gobernante. En el siglo VI a.C., Sun Tzu determinó las virtudes que una persona debía reunir para ser considerada un líder: inteligencia, honradez, humanidad, coraje y disciplina. Bernardo de Gálvez las reunió en su persona. Hoy es un héroe compartido por España, Estados Unidos y México.
De él, en el año 1779, el gran poeta de Nueva Orleans Julien Poydrás, testigo de sus acciones en La Luisiana, dejó escrito:
Gálvez mérite la gloire de devenir inmortal.