Bárbara de Arias nació en la isla de Tenerife en 1767. En mayo de 1780, cuando tenía trece años, llegó al puerto de Nueva Orleans junto a su padre, Sebastián de Arias, soldado de infantería. Lo hicieron como miembros de una expedición a bordo del Nuestra Señora de los Dolores, un bergantín que partió de Santa Cruz de Tenerife. Sebastián había encontrado una oportunidad de prosperar sirviendo en el Regimiento Fijo de La Luisiana. En compensación por aquello que dejaban atrás, recibían la propiedad de unos terrenos. El acuerdo estaba pensado para solucionar dos problemas al mismo tiempo, reforzar la guarnición militar de los extensos territorios en el norte de América y aportar, a la deshabitada región, población que fuera útil en tareas como la labranza o las manufacturas. Se generaba así una economía autosuficiente.
Este origen humilde le hizo aprender a Bárbara, muy pronto, todas las tareas propias del mantenimiento de un hogar y labores de bordado, la pesca de crustáceos y una gran cantidad de tareas agrícolas. Además, la ausencia de su madre la convertía en gestora total de los asuntos domésticos.
Finalmente, en La Luisiana, Bárbara y su padre se asentaron en Terre aux Boeufs, una parte del territorio que hoy queda comprendido dentro de la parroquia de San Bernardo. Allí, todas las habilidades aprendidas en su corta vida resultaron esenciales. El lugar era áspero y requería de grandes esfuerzos, pero el Misisipí también podía ser generoso y encontraron en la pesca del cangrejo una fuente de sustento y negocio.
Habían llegado a una comunidad donde el paisaje y sus vecinos eran algo completamente nuevo, la diversidad cultural dejó de ser una anécdota para ser algo corriente. Los compañeros de milicia de Sebastián contraían matrimonio con mujeres de distintas procedencias, por lo que Bárbara tenía buenas vecinas y amigas de todos los territorios de España, pero, también, de origen francés, irlandés, alemán, acadiano, anglosajón, nativo indígena y afrodescendientes que habían adquirido la libertad gracias a la ley que permitía a los esclavos su autocompra.
Uno de estos casos era el del compañero de milicia de su padre, Mathieu Devaux, que se había casado con Agnes, una esclava liberada que, a partir del enlace, tendría los mismos derechos que Bárbara. El proceso de autocompra de Agnes requirió de la intervención del gobernador Gálvez, ya que la dama que había comprado a Agnes se negaba a aceptar la liberación de su esclava.
Bárbara, al igual que todas las mujeres de estas familias de la milicia, asumía una triple labor: primero, junto a los hombres, sacaba adelante los frutos del trabajo agrícola, de la caza y la pesca. Segundo, comerciaba con los excedentes y, además, ellas conseguían algún dinero vendiendo los delicados bordados que habían aprendido en su infancia. Por último, como esposas e hijas de la milicia, también servían a los ejércitos del Rey. Cuando el 16 de junio de 1779, Gálvez ordenó a sus hombres marchar contra las plazas inglesas, defender las posiciones y recuperar los territorios perdidos en la anterior guerra, ellas marcharon con las tropas para dar de comer, lavar, curar heridos y repartir la pólvora, siendo el soldado silencioso que ponía a punto todo el mecanismo y lo hacía funcionar.
Su historia es la historia callada de miles de mujeres españolas anónimas que levantaron un mundo, donde no había más que bosques y pantanos, con el esfuerzo de sus manos y que verían el nacimiento de una nación y a sus hijos convertidos en sus ciudadanos.
_ (*) Personaje real. Biografía elaborada con los datos disponibles_