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Yorktown, dinero hispano para la victoria decisiva

«Me ilusiona pensar en los eventos tan felices que resultarán del conocido espíritu de vuestra nación. Unidos junto a las armas de Francia, tenemos toda la esperanza en superar a las armas de nuestro común enemigo, los ingleses»

Desde 1779, el escenario principal de la Guerra de la Independencia Norteamericana se trasladó a las colonias del sur. Tras tres años de combates sin victorias ni derrotas decisivas, el ejército británico fue sufriendo un gran desgaste. Los ataques españoles en el Misisipí y La Florida agravaron su situación estratégica y facilitaron que el ejército franco-norteamericano pasara a la ofensiva.

Pero la guerra necesitaba dinero. En la primavera de 1781, el Congreso Continental estaba en bancarrota. Robert Morris, superintendente de finanzas, movió todos sus hilos para reunir dinero y poder pagar, alimentar y vestir a las tropas de George Washington. Pero no era fácil conseguirlo, pues nadie daba valor a vales ni a cartas de crédito. Morris pidió ayuda al embajador francés, el conde de La Luzerne.

Pero a los franceses, que necesitaban unos 50.000 pesos al mes, solo para pagar los gastos de los soldados, tampoco les sobraba el dinero. Según el general Rochambeau, comandante en jefe del ejército francés en América, a finales de agosto de 1781 solo quedaban unos 120.000 pesos en sus cajas. Incluso la Gazette Françoise de Newport, el periódico que publicaba el ejército francés en América, dejó de publicarse por falta de papel y fondos. Rochambeau escribió al almirante conde de Grasse, quien, con su escuadra, estaba llegando a las Antillas procedente de Francia, para combatir en aguas de América. Le pedía que consiguiera dinero en la colonia francesa de Santo Domingo o que lo solicitara a los españoles. Pero, a su llegada a Santo Domingo, Grasse no consiguió movilizar a los responsables de hacienda ni a los habitantes de la colonia francesa.

Por su parte, Morris escribió el 4 de julio al representante norteamericano en Madrid, John Jay, solicitándole que consiguiera «al menos 5.000.000 de pesos, preferentemente a entregar en La Habana». La misma petición había hecho el 1 de julio al representante español en Filadelfia, Francisco Rendón, «para oponernos al enemigo común», el cual, a su vez, lo solicitó directamente al capitán general de Cuba. Desgraciadamente, la fragata Trumbull, que Morris mandó a La Habana, fue capturada por los británicos.

Washington escribía a Morris el 27 de agosto: «estas tropas no han sido pagadas desde hace mucho tiempo y han mostrado signos de descontento». De hecho, los regimientos de Connecticut y Pennsylvania se habían amotinado. El 6 de septiembre insistía, solicitando «al menos un mes de paga con la mayor celeridad posible».

Un hombre contribuyó decisivamente a solucionar este grave problema.

Se llamaba Francisco de Saavedra y había llegado el año anterior a Cuba como comisionado especial del rey para facilitar las operaciones militares de España en América. Saavedra y Grasse acordaron que los españoles prestarían 500.000 pesos, dinero que fue recolectado en cuarenta y ocho horas en La Habana de instituciones y de particulares y que partió a bordo de la fragata Aigrette el 17 de agosto. También dio su conformidad a que embarcaran 3.000 soldados franceses de refuerzo, a las órdenes del marqués de Saint Simon, que estaban bajo el mando de Gálvez, para invadir Jamaica.

El 30 de agosto, llegaba Grasse a las costas de Virginia y, el 5 de septiembre, Morris recibía, por fin, 26.000 pesos del tesorero del ejército francés, para pagar a los soldados de Washington. Era la primera vez que la mayoría de ellos recibía paga alguna. Por su parte, el 22 de septiembre, recibía el ejército francés en Williamsburg los toneles y cajas con los pesos españoles. El intendente Blanchard recuerda que, aquella noche, el peso de las cajas hizo que se desplomara el suelo de la casa donde se guardaban.

Las operaciones pudieron continuar y el general inglés Lord Cornwallis quedó bloqueado en Yorktown. Las tropas norteamericanas de Washington y las francesas de Rochambeau, con el importante refuerzo de 3.000 soldados, autorizado por Saavedra y Gálvez, pusieron cerco a la ciudad, hasta que, el 17 de octubre, los británicos izaron bandera blanca. Fue la victoria definitiva de la guerra, que terminó con la Paz firmada en París el 3 de septiembre de 1783.

El ejército de Rochambeau recibió varias partidas de dinero desde Francia en los meses siguientes. Sin embargo, Grasse, que tenía que pagar y alimentar a más del triple de hombres de la escuadra, sí tuvo que acudir a los españoles otra vez. Saavedra le entregó, de nuevo, otros 2.000.000 de pesos, provenientes de México, en septiembre y diciembre de 1781.

La situación económica mejoró solo parcialmente para los americanos. El 17 de octubre, Robert Morris escribía a Washington: «el poco dinero del que puedo disponer se pierde en mil direcciones diferentes y pronto se habrá agotado». Morris se dirigió de nuevo al gobernador de Cuba y, el 31 de enero de 1782, las fragatas Duc de Lauzun y Alliance partieron de La Habana con 72.447 pesos que desembarcaron en Newport veinte días más tarde. El verano de 1782, continuaban los problemas de suministros, a juzgar por las quejas de Washington de «falta de ron, harina, vinagre...» para sus soldados. Por suerte, a finales del año anterior, había recibido una importante cantidad de uniformes remitidos desde España, con los cuales, al menos, pudo uniformar a gran parte del Continental Army.

España honró su alianza, no solo con la sangre de sus soldados, sino con la plata de Cuba y la recolectada en Nueva España (hoy México, Salvador, Guatemala, Honduras y Costa Rica) con la aportación que hicieron indios, mestizos, criollos y españoles, en lo que fue una contribución excepcional de los hispanos a la derrota de Inglaterra y a la independencia de los Estados Unidos.

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