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Naciones indias, europeos, africanos y americanos en la Arkansas española

En 1763, Francia cedió a España La Luisiana, un enorme territorio de fronteras indeterminadas desde el golfo de México a Canadá, en la orilla oeste del río Misisipí, que hacía de frontera con el territorio de Gran Bretaña. En dichas tierras vivían numerosos pueblos indios, que las consideraban suyas. Entre ellos también había rivalidades territoriales e intereses contrapuestos. Los pueblos indios dividían sus alianzas políticas y sus relaciones comerciales con los europeos en función de la ubicación de sus territorios, al este o al oeste del Misisipí, o de su conveniencia según el momento.

Cuando España se hizo cargo de La Luisiana, en lugar de aplicar el sistema colonial español vigente en el resto de los territorios de la Corona, consideró más adecuado mantener el sistema de sus antecesores franceses:

comercio y diplomacia de alianzas basadas en regalos de simbología política (medallas y banderas) y mercancías. Se ilegalizó la esclavitud de los indios. El comercio era importante en las relaciones con estos, mucho más numerosos que la población europea. Los franceses de La Luisiana se convirtieron en súbditos de la Corona Española y los militares juraron lealtad a España y pasaron a ocupar puestos de responsabilidad. Un brote de rebelión local fue sofocado y la población, poco a poco, fue aceptando a las nuevas autoridades. Sin duda, ayudó a esta aceptación que se respetaran las condiciones existentes. Los gobernantes españoles de la época de la Ilustración mostraron una apertura y una adaptabilidad que permitió su mayor objetivo: mantener el territorio frente a los británicos y proteger Nueva España. Menos éxito tuvieron en impedir la penetración de mercancías inglesas en La Luisiana, más baratas y abundantes que las españolas. La barrera al contrabando tenía objetivos económicos y estratégicos, porque las relaciones comerciales con los británicos debilitaban las alianzas con los pueblos indios y, por tanto, el control sobre el territorio. De esta rivalidad imperial supieron sacar ventaja los indios, que desplegaron una hábil diplomacia adaptada a los cambios.

En La Baja Luisiana, entre la capital Nueva Orleans y la recientemente fundada San Luis, se encontraba el puesto de Arkansas, un pequeño fuerte con destacamento militar y familias en su mayoría francesas. En sus bosques vivían cazadores y tramperos con sus familias y, también, comerciantes itinerantes. El puesto de Arkansas se había establecido en la época francesa en la vecindad de tres aldeas quapaws, llamadas Oghappas, Othonalimon y Ossothous, buscando su protección. Los quapaws mantuvieron la alianza con los españoles. En 1777, las tres aldeas sumaban un total de 309 habitantes, según el censo que envió el comandante Baltasar de Villiers al gobernador Bernardo de Gálvez. Otros pueblos indios de la zona eran los osages, en el noroeste; los cados, al sureste y los tunicas, al sur. Al otro lado del Misisipí vivían los chotos y lo chicasos, estos últimos estrechos aliados de los británicos.

Los osages, muy numerosos y expansionistas, ambicionaban las tierras de caza de los quapaws. Las incursiones violentas de los osages contra cazadores, indios o europeos, no desaparecieron durante la época española en Arkansas. Sin embargo, no se realizó un ataque en toda regla contra ellos por no disponer de suficientes fuerzas, ni perjudicar el rico comercio peletero de San Luis.

Los documentos españoles, en especial la frecuente correspondencia entre el comandante del puesto y el gobernador de Nueva Orleans, reflejan la vida en este territorio de frontera y la estrecha relación con los indios, sobre todo, con los quapaws. Así, el comandante Fernando de Leyba informaba al gobernador Luis Unzaga y Amezaga que «estos indios están en el puesto cada día y casi todas las noches». Los quapaws iban al fuerte a comerciar, a beber alcohol y a ser invitados por el comandante. La hospitalidad era necesaria para mantener las buenas relaciones con los indios. La política española, su puesta en práctica y las dificultades para implementarla se reflejan claramente en los documentos españoles de Arkansas.

A lo largo de la época española, el puesto tuvo comandantes de apellidos franceses y españoles y la correspondencia con el gobernador se realizaba en la lengua del comandante. Las relaciones con los indios se mantenían vía intérprete, generalmente un habitante del puesto de origen francés, que recibía un nombramiento y un sueldo oficial.

La vida en Arkansas transcurría centrada en la caza, el comercio y el apoyo estratégico y logístico entre Nueva Orleans y San Luis, y los problemas de seguridad por las incursiones de los osages. Un reto importante para los españoles era la presencia y agresividad comercial de los británicos, cuyas actividades de contrabando eran difíciles de impedir dado el escaso número de tropa, lo extenso del territorio y el interés de los quapaws por las mercancías inglesas.

El aislamiento de aquel puesto de frontera tampoco ayudaba a su crecimiento. Según un informe del comandante Fernando de Leyba al gobernador Unzaga y Amezaga, el viaje a Natchitoches, la población más cercana, podía tomar diez días si las aguas del río estaban bajas.

El ciclo climático de inundaciones del río y sequías de la zona afectaba a la vida de sus habitantes, europeos e indios. Los quapaws, fundamentalmente las mujeres, cultivaban maíz, calabazas, melones y habichuelas. En el puesto de Arkansas se cultivaba maíz, tabaco y trigo, entre otros productos, pero el desarrollo de la agricultura fue modesto. Los documentos indican que las malas cosechas impedían garantizar periódicamente la subsistencia de los habitantes, que necesitaban de la harina y de otros alimentos que recibían vía fluvial desde distintos establecimientos de La Luisiana. A pesar de los esfuerzos de los sucesivos comandantes por promover la agricultura, las actividades más importantes eran la caza y el comercio.

La vida de Arkansas fue alterada por la Guerra de Independencia de los colonos americanos. Años antes de que España participara oficialmente en la guerra contra Gran Bretaña, La Luisiana ya jugó un papel importante en la ayuda española a los independentistas. El gobernador Bernardo de Gálvez, desde Nueva Orleans, enviaba dinero, alimentos, armas, medicinas, uniformes, mantas y otros artículos, Misisipí arriba, con destino a los independentistas americanos y había ordenado que se les diera refugio y protección en los establecimientos y puestos de La Luisiana. Así, el puesto de Arkansas sirvió de apoyo al tráfico y las comunicaciones, de cobijo a los rebeldes y de parada en sus visitas a Nueva Orleans, donde el gobernador les recibía y les procuraba información estratégica y ayuda material.

Cuando España entró en guerra contra Inglaterra en 1779, La Luisiana se convirtió en teatro de operaciones. Desde Nueva Orleans, el gobernador Gálvez conquistó Manchac, Baton Rouge, La Mobila y Pensacola, obteniendo la posesión de La Florida occidental. Nueva Orleans era una capital estratégica importante, con control sobre el golfo. Pero otros puestos y pueblos españoles eran objeto de posibles ataques de los británicos y el tráfico en el río Misisipí estaba amenazado.

En mayo de 1780, San Luis fue atacado por los británicos y sus aliados indios. El antiguo comandante de Arkansas, Fernando de Leyba, entonces comandante de San Luis, repelió el ataque. Meses después, tropas españolas de San Luis tomaron brevemente el fuerte británico de San José, a orillas del lago Michigan.

Arkansas también podía temer acciones de los ingleses. James Colbert, que había participado en la defensa de Pensacola, y un número de lealistas con fuertes lazos con los chickasos, desde sus bases del otro lado del Misisipí, se dedicaban a abordar los barcos que surcaban el río, capturar rehenes y amenazar a los españoles. Una de sus capturas más importantes fue la de Nicanora Ramos, esposa del vicegobernador de Illinois, y sus cuatro hijos.

El comandante del fuerte de Arkansas, consciente de su vulnerabilidad y con la colaboración de los habitantes civiles, inició el traslado y la construcción de un nuevo fuerte de mayor tamaño, para que sirviera de refugio a todas las familias. Lo llamó Fuerte San Carlos. El tan temido ataque se produjo cuando se había acabado la guerra, pero las noticias aún no habían llegado a aquel puesto de frontera. La noche del 17 de abril de 1783, Colbert y su banda de lealistas ingleses, junto a un grupo de chicasos, atacaron el fuerte por sorpresa. Habían conseguido que el jefe quapaw Angasca les dejara paso, diciéndole que eran americanos de visita al fuerte. Cayeron sobre el pueblo tomando como rehenes a varias familias, entre ellas, al segundo oficial del puesto Louis de Villars y su esposa María Luisa Vallés. El comandante Jacobo Dubreuil y los soldados y civiles del puesto consiguieron repeler el ataque, aunque tres soldados españoles resultaron muertos. Cuando los atacantes ya huían, apareció el jefe Angasca con sus guerreros y se ofreció a rescatar a los rehenes. Angaska consiguió negociar la liberación de la mayoría, pero Colbert se negó a entregar a algunos, entre los que había varios esclavos domésticos negros.

Tras el ataque, la vida en Arkansas transcurría de forma parecida a la época prerrevolucionaria: la caza, los problemas de seguridad en los bosques por las acciones de bandas de osages y el apoyo a las comunicaciones por el Misisipí. La gran diferencia era que los americanos sustituían a los británicos al otro lado del río y el expansionismo del joven país y la penetración de la cada vez más numerosa población americana iba a ser mucho más difícil de detener.

Para fortalecer La Luisiana, los gobernadores promovieron activamente la inmigración no solo de población española sino, a diferencia de la política inmigratoria del resto del imperio español, también, de población extranjera, ofreciendo importantes concesiones de tierras. Las medidas inmigratorias fueron variando. El gobernador Esteban Miró permitió la inmigración de familias americanas, entre otras nacionalidades. Años después, y en vista del rápido crecimiento de la población americana al este del Misisipí que cruzaba la frontera y se asentaba en territorio español, los gobernadores Luis Héctor de Carondelet y Manuel Gayoso de Lemos excluyeron a los americanos «excepto a los que tuvieran las mejores referencias». Pero la penetración americana en el distrito de Arkansas se producía con o sin el permiso de las autoridades. Los comandantes del puesto reportaban estas noticias expresando su impotencia para evitar asentamientos en zonas alejadas del puesto. Posiblemente, durante los últimos años de la época española, el número de habitantes americanos superara al de cualquier otro grupo de origen europeo.

Los pueblos indios de Arkansas, como había ocurrido con sus antecesores ingleses, comerciaban con los americanos que, cada vez más en mayor número, se establecían en el norte de Arkansas. El nuevo país pronto iba a hacerse cargo del territorio, con sus tierras y sus gentes, y la capacidad de los indios para defender sus intereses mediante la diplomacia se evaporaba.

La noticia de la cesión de La Luisiana a Francia y de la venta de esta a los Estados Unidos llegó mucho más tarde a Arkansas. El 17 de marzo de 1804, el capitán Francisco Caso y Luengo traspasó oficialmente el puesto y las tierras al teniente James B. Many, del ejército de los Estados Unidos.

El documento de cesión no menciona a los pueblos indios. Había comenzado otra época.

En resumen, Arkansas durante la época española fue un territorio de frontera con una variada población francesa, española, de origen africano, inglesa, alemana, holandesa y americana. El censo de 1769 reflejaba una población de ochenta y nueve personas y el de 1798, de trescientas noventa y tres. La población era elevada porque los censos no incluían a los cazadores y tramperos y sus familias, que vivían en los bosques y rara vez bajaban al pueblo. Mucho mayor era el número de nativos americanos.

El puesto de Arkansas, en la frontera del imperio español, desarrollo su función con muy pocos medios. Cumplió el objetivo principal: servir de barrera frente a los británicos. Fue importante en la ayuda española a los independentistas americanos, a los que acogió como visitantes y a los que facilitó recibir ayuda material. Como consecuencia, el fuerte recibió un ataque de los británicos con aliados chicasos que consiguió repeler. Arkansas también tuvo un papel relevante en las comunicaciones entre Nueva Orleans y San Luis y apoyó el desarrollo del oeste. La población fue creciendo, algunas familias atraídas por las medidas inmigratorias, otras eran parte del movimiento migratorio producido por el empuje del nuevo país.

Finalmente, la época española sirvió para que tengamos abundante información de la vida de los pueblos indios que vivían en las tierras de Arkansas y alrededores. Sabemos de su modo de vida, de las relaciones amistosas o belicosas entre ellos y de cómo supieron defender sus intereses frente a franceses, españoles, ingleses y americanos. Los documentos españoles nos dan información sobre el clima, la fauna, la agricultura, los ríos y las comunicaciones en ellos, las riquezas peleteras de sus bosques y la importancia del comercio del Misisipí. Estos documentos son muy valiosos para estos pueblos indios, puesto que en ellos se refleja, a través de otros ojos, la vida en sus territorios, unas pocas décadas antes de que fueran obligados a abandonar sus tierras y su modo de vida para siempre. Quizá este sea el legado más importante de las cuatro décadas de presencia española en Arkansas.

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