En un conocido museo norteamericano podía leerse recientemente que España «ayudó indirectamente» a la independencia de EE. UU. Desde el punto de vista de la estrategia y la diplomacia, puede que la ayuda fuera «indirecta». Pero para los soldados que recibieron los mosquetes, las mantas, las botas y el dinero en el campo de batalla, desde luego que la ayuda española fue tremendamente directa.
Las opiniones que minimizan la importancia del apoyo de España se basan en una evidente falta de perspectiva histórica.
La Revolución Americana no fue simplemente un asunto entre Gran Bretaña y Los Estados Unidos, que se dirimió en territorio americano, sino que fue, realmente, una guerra mundial.
Las campañas americanas fueron una pieza relativamente pequeña de una guerra a mayor escala entre Gran Bretaña y cinco naciones —Francia, España, Estados Unidos, Holanda y el Reino de Mysore— que se dirimió, mayoritariamente, en y por el mar. El asedio más grande de la guerra no fue Yorktown, sino Gibraltar, que resultó ser de mayor entidad para España e Inglaterra que lo que fue América.
España se alió con Francia respetando los términos acordados en el tratado firmado entre Francia y Estados Unidos, que establecía que «no se firmaría una paz separadamente con Gran Bretaña sin el reconocimiento de la independencia de Estados Unidos». Las campañas de Bernardo de Gálvez en La Luisiana y La Florida no solo obligaron a los británicos a replantear toda su estrategia en el Caribe, sino que le permitieron al almirante francés Grasse llevar toda su flota a Chesapeake y derrotar a la flota inglesa, sellando la suerte del general británico Cornwallis en Yorktown. La presencia de una flota española y miles de soldados en el golfo de México fue una amenaza constante para la estrategia británica y causó que perdieran La Florida y las Bahamas. Jamaica se salvó solo debido al fin de las hostilidades.
Hubo tantos soldados y marinos franceses y españoles en combate (250.000) como norteamericanos.
España prestó una gran cantidad de dinero y envió grandes cantidades de equipo. Los primeros mosquetes que recibieron los rebeldes en Massachusetts, en 1775, fueron remitidos desde Bilbao. España envió entre 1777 y 1781, por citar solo algunos artículos, miles de mantas y prendas de vestuario. La flota francesa recibió más de 1.000.000 de pesos, en Cuba, en 1781, para la batalla de Yorktown y las campañas siguientes. Muchos de los uniformes y armas que se enviaron desde puertos de Francia, usando compañías fantasma como Roderique Hortales et Cie., fueron pagados realmente por la Monarquía hispánica.
Las alianzas entre naciones son el resultado de intereses coincidentes y no son nunca meramente altruistas. Lafayette y sus compatriotas no lucharon solo «por la libertad de América», lucharon por Francia, cuyo interés en derrotar a Gran Bretaña se solapaba con el de los norteamericanos. Del mismo modo, los estadounidenses, en las dos guerras mundiales, no lucharon solo por la libertad de Europa, sino por los Estados Unidos. Ningún rey, reina o presidente, que merezca ese título, enviará sus soldados al combate a no ser que los intereses de su país estén en juego.
Negar la importancia de la contribución hispánica a la historia de los Estados Unidos es continuar separando el pasado común de millones de personas dentro y fuera del país.
La ayuda de España a la Independencia de los Estados Unidos es un tema poco conocido por el gran público. En los libros de historia norteamericanos hay referencias a la ayuda de Francia y a personajes como Lafayette, pero no encontraremos los nombres de Gálvez o Gardoqui, dos de los españoles que más contribuyeron al éxito de la Revolución Norteamericana. ¿Por qué? Podemos dar algunas razones: el conflicto fronterizo que surgió entre los dos países tras conseguir Estados Unidos su independencia, las diferencias religiosas y culturales entre sus dirigentes, la visión negativa de lo hispánico por parte de la clase política y cultural norteamericana en los siglos xviii y xix, el carácter oculto de la alianza y el secreto de las ayudas entregadas y, también, el desinterés español por ser mejor conocidos en los Estados Unidos.
Gente de muchos territorios de la América Hispana participó en el apoyo a la Revolución Norteamericana. Nombres como Juan de Miralles, de Alicante; Juan Manuel de Cagigal, de Cádiz; Francisco de Miranda, de Caracas; Jorge Farragut, de Menorca; funcionarios; militares y mujeres y hombres sencillos de todas las razas, de lo que hoy día es México (que incluía entonces Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica) Guatemala, Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana lucharon en Florida, Luisiana y la costa centroamericana del Caribe. Lucharon por mar y tierra, espiaron al enemigo y dieron su sangre en combate, favoreciendo así las operaciones del ejército de Washington.
Los indios, afroamericanos, criollos y mestizos de México contribuyeron a la colecta de dinero que se organizó para pagar los gastos de la guerra contra Inglaterra, entre 1781 y 1782, que también incluyó ayudas a la flota francesa aliada. En Cuba, comerciantes, hacendados y hasta una marquesa, Bárbara de Santa Cruz, entregaron su dinero para ayudar a las tropas aliadas que combatieron en Yorktown.
Incluso antes de la Declaración de Independencia, firmada en Filadelfia el 4 de julio de 1776, desde España había salido ya armamento y provisiones a las Trece Colonias norteamericanas. Diego de Gardoqui, nacido en Bilbao, era dueño de la naviera Joseph Gardoqui e hijos, dedicada al comercio de bacalao, tabaco y otros géneros con Inglaterra y puertos norteamericanos. En fecha tan temprana como febrero de 1775, Gardoqui envió 300 fusiles de las Reales Fábricas de Placencia. Fueron las primeras armas extranjeras que llegaron para la lucha por la independencia. Era la respuesta a la solicitud que le hicieron Jeremiah Lee y Elbridge Gerry, de Marblehead, corresponsales de Gardoqui y miembros del Congreso de Massachusetts, encargado de armar al Continental Army. Nuevos envíos de mosquetes, pistolas y 21 toneladas de pólvora llegaron, en julio de 1776, desde España a Massachusetts.
Poco después, Thomas Jefferson, gobernador de Virginia, envió sus representantes al gobernador español de Nueva Orleans, Luis de Unzaga, y a su sucesor, Bernardo de Gálvez, ambos malagueños, para pedir apoyo económico, suministros, armas y la navegación libre por el Misisipí. Ambos enviaron dinero, armas y pólvora río arriba para las Trece Colonias. Francia y España pagaron 1.000.000 de libras tornesas cada una, para reunir el primer gran envío conjunto de armas, que se realizó en 1776. Al año siguiente, Benjamín Franklin, en una carta al embajador español en París, el aragonés conde de Aranda, agradecía que España hubiera prestado otras casi 200.000 libras en metálico, «así como suministros navales desde sus puertos».
Pero las relaciones de los enviados norteamericanos a España con las autoridades no fueron fáciles. Arthur Lee, el primero en llegar, solo fue autorizado a entrevistarse con el ex secretario de Estado Grimaldi y con Diego de Gardoqui en Vitoria, para evitar que su presencia fuera conocida por los espías ingleses. En esa época, España trataba aún de utilizar su aparente neutralidad para conseguir, por medios diplomáticos, la devolución de Gibraltar. Durante varias reuniones celebradas en casa de la mujer de Gardoqui, en marzo y abril de 1777, se ofreció enviar suministros y préstamos españoles a los norteamericanos.
Entre enero y julio de 1777, Gardoqui, ya nombrado oficialmente por el rey para este cometido, envió telas y botones metálicos para confeccionar uniformes, dos cajones de quinina y miles de mantas confeccionadas en Palencia y Burgos. También, 24.000 fusiles de las Reales Fábricas de Placencia (Guipúzcoa). Estos suministros ayudaron a los maltrechos soldados de George Washington a sobrellevar el duro invierno que el Continental Army pasó en el campamento de Valley Forge (Pensilvania).
En noviembre de 1777, el Congreso pidió a sus representantes en Europa que consiguieran nuevas ayudas urgentes. Arthur Lee solicitó de nuevo suministros a Diego de Gardoqui. Entre julio y diciembre de 1778, salieron de Bilbao y Santander varios barcos que transportaron a puertos de Nueva Inglaterra, sobre todo a Boston y Portsmouth, 30.000 mantas, «zapatos fuertes», telas y uniformes.
El siguiente representante norteamericano, John Jay, no consiguió ningún compromiso firme ni reconocimiento oficial durante su estancia en Madrid. La monarquía hispánica temía el contagio de la revolución a sus posesiones en América, además del ataque a sus ciudades y puertos por los británicos. Por ello, su postura ante cómo ayudar a la independencia fue mucho más cauta que la de Francia, que no tenía territorio alguno que peligrara en América. Pero, en realidad, el Tratado secreto de Aranjuez, firmado con Francia el 12 de abril de 1779, en su artículo 4.º, especificaba que el rey no haría ninguna negociación «sin concertar (con Francia) todo lo que tenga que ver con la independencia (de Estados Unidos)», lo que era un reconocimiento implícito de la nueva nación.
El reconocimiento oficial llegó el año 1785, cuando Diego de Gardoqui fue enviado a Nueva York como primer representante de negocios (embajador) de España, y donde participó en la toma de posesión de George Washington como primer presidente. Tanto John Jay como William Carmichael, su ayudante y sucesor en el cargo, recibieron importantes préstamos españoles para la adquisición de suministros. Curiosamente, Jay nunca reconoció en sus memorias la importancia de la ayuda que había recibido de España, cantidades que sí figuran en muchos documentos del Archivo Histórico Nacional. Un ejemplo son los miles de uniformes, remitidos desde Cádiz, que llegaron a Boston y Salem en la primavera de 1781 y que fueron distribuidos a las tropas de Washington en el otoño de ese año.
Por su parte, Bernardo de Gálvez se ocupó de enviar tanto dinero como suministros, desde La Luisiana, La Habana y Nueva España (México). La pólvora y la quinina, medicamento para tratar la malaria que provenía del Perú, eran los artículos más necesitados y apreciados. Para ello, fue fundamental la estratégica posición de la ciudad española de Nueva Orleans en la entrada del río Misisipí. La ayuda se entregó a los rebeldes a través del comerciante Oliver Pollock, socio allí de Robert Morris, el comerciante de Filadelfia considerado como «el financiero de la Revolución». Otro personaje fundamental para estos envíos fue el primer representante español ante el Congreso, el alicantino Juan de Miralles.
Al declarar la guerra a Inglaterra en 1779, España inició, junto con Francia, una serie de importantes operaciones militares, tanto en Europa como en el golfo de México y en el Atlántico, que abrieron un nuevo frente a Gran Bretaña en el marco de aquel conflicto global. Francia envió la Expédition Particulière a Norteamérica con más de 4.000 soldados, mientras que España envió el Ejército de Operación a Cuba con más de 11.000, para luchar en La Florida y el Caribe. No solo se luchó en los territorios de las Trece Colonias rebeldes, sino que hubo combates navales por todo el Atlántico y el Caribe: la conquista de los puestos británicos a lo largo del Misisipí, la victoria de Pensacola con el primer ejército multirracial de Norteamérica al mando de Gálvez, el asedio a Gibraltar y la captura de la isla de Menorca, la toma de las islas Bahamas o la expulsión de los británicos de Guatemala y Honduras.
Una flota francesa al mando del almirante Grasse llegó a la bahía de Chesapeake el 30 de agosto de 1781, transportando más de 3.000 hombres de refuerzo para los aliados. Pero, también, algo más importante: 500.000 pesos necesarios para pagar a los soldados y las tripulaciones franco-americanos, que llevaban meses de retraso de sueldos. Esta extraordinaria ayuda económica fue reunida en La Habana y proporcionada por el sevillano Francisco de Saavedra, comisionado especial del rey en Cuba. Contribuyó a que pudiera conseguirse la victoria decisiva de Yorktown, en la cual, Lord Cornwallis se rindió con sus 7.000 soldados británicos. Saavedra continuó proporcionando fondos a los aliados franceses, más de 2.000.000 de pesos provenientes de México, en el mes de diciembre y en enero de 1782. En total, se calcula que México proporcionó más de 37.000.000 de pesos a las necesidades de la guerra entre 1779 y 1783, dinero recaudado gracias a impuestos y colectas en los que participó toda la población. Colectas que se pudieron realizar gracias a la gran colaboración que el virrey Martín de Mayorga ofreció a Saavedra.
Tras años de investigación en archivos de España y América, en 2010 se presentó un informe (publicado en parte en Lancho, 2015) que cuantificaba la cantidad de dinero entregada por España a las Trece Colonias en 3.266.295 pesos (1 peso era equivalente a 1 dólar), más de tres billones de dólares al cambio actual, contando los intereses. Cifra que no es definitiva, por no incluir otros pagos directos desde La Habana y Nueva Orleans y la ayuda en material y equipo. De esta cantidad, en 1789, Estados Unidos devolvió unos 342.120 pesos, lo único que se pudo calcular en aquellos momentos. Hay que considerar, además, que, en la cantidad de dinero entregado por Francia, que se calcula en 4.500.000 pesos, está incluido un porcentaje muy importante, pero difícil de evaluar por su secretismo, proveniente de las arcas hispanas.
En el invierno del año 2014, la Resolución Conjunta 38/214 del Congreso y Senado norteamericanos concedió el título de Ciudadano de Honor a Título Póstumo de los Estados Unidos a Bernardo de Gálvez, distinción que solo tienen otras siete personalidades del mundo y que comparte con el marqués de Lafayette. Esta distinción representa un reconocimiento oficial de la importante aportación hispánica a la independencia de los Estados Unidos.
Hoy está abierto el camino para conseguir que aquella historia, protagonizada por hombres y mujeres de todos los rincones de España y de la América hispana, figure en el lugar que le corresponde en los libros y a ambos lados del Atlántico. Y, por qué no, en monumentos y museos y, ojalá, pronto en el cine.