La Guerra de Independencia norteamericana estaba ya en su tercer año cuando Fernando de Leyba tomó posesión, el 14 de junio de 1778, del mando del partido occidental del Ilinueses. Fue el tercer oficial español en ejercer de teniente de gobernador en San Luis, el puesto más septentrional de la provincia de La Luisiana.
El capitán no había llegado aún a su destino, cuando un vecino del lado inglés despachó a Detroit una carta con la noticia de su arribo:
El convoy ha llegado, es decir, dos botes; uno con un nuevo gobernador para el lado español; el otro, bajo su protección para los americanos con licores & 150 fardos de paño azul, blanco y rojo.
En efecto, las mercancías que traía Leyba constituían la primera de las cinco remesas que debían subir aquella primavera con artículos para el Continental Army de Washington —armas y municiones, uniformes, mantas y medicinas—. De hecho, gracias al ingenio del gobernador Gálvez en Nueva Orleans, no eran licores lo que transportaba Leyba en aquellas barricas, sino pólvora. El clima político de los tiempos, la situación geográfica de su destino, y el hecho de coincidir con el renombrado George Rogers Clark harían del gobierno de Leyba un mandato singular, caracterizado, de principio a fin, por su apoyo a las tropas americanas.
Leyba había salido de la capital a mediados de marzo a cargo de dos bateaux, el suyo propio, que llevaba su familia y pertenencias, y otro fletado por el agente americano Oliver Pollock. Cada uno estaba dotado de una bandera con el escudo del Rey y un pedrero para protegerse de registros, ante los puestos británicos del bajo Misisipí. También, llevaba instrucciones de Gálvez para su nuevo mandato en el Ilinueses con dos importantes disposiciones respecto a la guerra:
Confidencial. Yndagará saber quantas noticias ocurran en la parte Ynglesa concerniente a la guerra de esta potencia con los colonos, el estado de ambos partidos y designios, a fin de no dejarse sorprender en caso de algún intento imprevisto … > Confidencial. Si tuviese correspondencia con algún geffe de las provincias americanas, observará el mayor secreto, dándome quenta de ella, y en caso de que reciva cartas para mí, me las dirijirá en primera ocasión, o hará una expresa si se lo previenen.
Así fueron las órdenes que Leyba tenía cuando, tras tres semanas en su nuevo mando, llegaron a la orilla de enfrente las tropas virginianas del Regimiento Illinois de George Rogers Clark. En la madrugada del 5 de julio, capturaron los puestos británicos de Kaskaskia y Cahokia. Tres días después, Leyba se dirigió en una carta a su nuevo vecino, presentándole sus felicitaciones y notificándole de los artículos para los Estados Unidos que tenía en su posesión.
Comenzó entonces una estrecha asociación entre Leyba y Clark, que imitaba la relación que ya existía entre sus gobiernos y que ofrecía «toda asistencia & intercambio amistoso de buenos oficios». Aunque Leyba y Clark tenían caracteres muy distintos y no estaban siempre de acuerdo, se entendían bien. «Los resortes están acordes», dijo Leyba, pues tenían, el uno para con el otro, las mismas instrucciones de sus respectivos jefes. Durante los siguientes dos años, sirvieron juntos de enlace entre Nueva Orleans en el sur y Williamsburgh en el este, usando los ríos Misisipí y Ohio para el envío de suministros, el intercambio de información y la entrega de documentos que no se podían confiar por mar. Aunque esta ruta era larga, costosa y de mucho peligro a causa de los indios, fue una alternativa viable a la ruta atlántica, que estaba cuidadosamente vigilada por la armada británica.
Cabe señalar que la asistencia proporcionada por Leyba al ejército de los rebeldes fue más allá del cumplimiento del deber. Cuando los hombres de Clark no pudieron comprar provisiones, debido a los desorbitados precios de todo género en el Ilinueses y la devaluación de la moneda continental, Leyba ordenó que se les aprovisionara a cuenta de su propio crédito, «pero qué havía yo de áser —se justificó ante su superior— biendo que ni aun el gefe principal por quantos papeles americanos traía, allaba una camiza con que cubrir su desnudes, si no es precentarme al socorro». Este gesto de mera hospitalidad significó su ruina. Además de contraer una enorme deuda, su esposa se disgustó tanto, ante la perspectiva de no poder nunca retirarse a España, que le sobrevino una profunda melancolía y a los pocos días falleció. A su propia muerte, sus dos hijitas se verían obligadas a vivir de la caridad.
En los primeros años de la Revolución Americana, España debía guardar la apariencia de neutralidad, pero la protección y el auxilio prestado a los rebeldes fueron imposibles de esconder. España entró como aliado de Francia en la guerra en junio de 1779, lo que dio pie a su clara alineación con los rebeldes americanos. Fue esta la excusa que le bastó a Gran Bretaña para, no solo recuperar los puestos tomados por Clark, sino, también, para adueñarse de todo el valle del Misisipí.
El secretario de Estado para las Colonias Británicas, Lord George Germain, rápidamente elaboró un plan para los territorios del oeste. Giraba sobre dos importantes maniobras: una, una expedición al mando del general John Campbell, que marcharía desde Pensacola para tomar Nueva Orleans y los puestos españoles del bajo Misisipí; la otra, una expedición mandada por un tratante y antiguo oficial del ejército inglés, Emmanuel Hesse, que debía bajar desde los Grandes Lagos, para reducir los asentamientos del Ilinueses (San Luis y Santa Genoveva y los puestos americanos en la otra orilla, Cahokia y Kaskaskia.) A continuación, un jefe Sioux llamado Wapasha debía seguir el curso del Misisipí, reduciendo todo a su paso, hasta reunirse con Campbell en Natchez.
A la vez, en España, Carlos III decretó una Real Cédula autorizando a sus vasallos en América «para que por vía de represalias y desagravio hostilicen por mar y tierra a los súbditos del Rey de la Gran Bretaña». La noticia de este decreto nunca llegó al conocimiento de Leyba en el Ilinueses, como tampoco le llegó, hasta ultimísima hora, la noticia de la ruptura de relaciones con Inglaterra. ¡Cuál sería su sorpresa cuando, en marzo de 1780, supo por algunos viajeros y por los americanos de la otra orilla que un ejército liderado por tropas inglesas y compuesto por canadienses e indios bajaba desde el norte para atacarlos!
Solo entonces supo que los rumores sobre la guerra tenían fundamento.
La situación defensiva de San Luis dejaba mucho que desear. Leyba, a su llegada a la zona, propuso un plan para su fortificación, pero la falta de recursos en la provincia lo prohibía. Los fuertes del río Misuri, mandados construir en el año 1767 por el primer gobernador de La Luisiana, D. Antonio de Ulloa, por considerar este lugar la llave norteña a la colonia y fronteras de Nuevo México, se hallaban en ruinas por las inclemencias del invierno. Los pueblos de San Luis y Santa Genoveva carecían totalmente de estructuras defensivas, como estacadas, y San Luis contaba con solo cinco cañones pequeños (de a 2 libras), cinco morteros también pequeños y algún pedrero. De guarnición, es decir, de tropa reglada, había 24 soldados repartidos entre los dos pueblos y los fuertes. El número de milicianos en San Luis era de 218 hombres (167 de infantería y 51 de caballería) y en Santa Genoveva, de 175, pero no todos ellos estaban presentes por variedad de motivos.
Con estos factores en mente, Leyba puso en marcha un plan de defensa. Primero, propuso la construcción de cuatro torres de piedra, una a cada lado del pueblo. El proyecto recibió la aprobación de los habitantes, que dieron gustosos sus ahorros para llevarlo a cabo. Contribuyeron con cuatrocientas horas de mano de obra y reunieron 600 pesos que, junto con 400 más que Leyba dio de su bolsillo, sumaron 1.000. Esto no llegó, sin embargo, para la construcción de más de una torre y los cimientos de otra. La primera piedra de esta torre, que se levantó al oeste del pueblo, fue bautizada el 17 de abril de 1780 con el nombre del monarca. Desde aquel momento se la conocería por San Carlos.
Un mes más tarde, el 9 de mayo, Leyba fue avisado de que el ejército que venía a atacarlos, compuesto de 900 indios y 300 ingleses y canadienses, se hallaba a solo ochenta leguas de San Luis. Enseguida mandó subir refuerzos del pueblo de Sta. Genoveva: 60 milicianos, dos embarcaciones, los pedreros que tuviesen y provisiones. Estos hombres se unirían a la guarnición de San Luis que quedaba bajo el mando del teniente Silvio Francisco de Cartabona. Leyba, entonces, mandó venir, de hasta veinte leguas de distancia, a los cazadores que se hallaban en los ríos y los alojó en el pueblo. Con esto, el número de defensores ascendió a unos trescientos.
Leyba también organizó un dispositivo para detectar y alertar de la llegada del enemigo. Mandó salir a un destacamento de 40 milicianos en tres piraguas a reconocer durante cinco o seis días los alrededores, hasta doce leguas de distancia, y dos canoas con 6 cazadores cada una, para subir el río veinte leguas, donde se debían quedar hasta avistar al enemigo.
Mientras tanto, aligeró la obra de la torre, poniendo la planta superior y colocando en ella cinco cañones (dos de a 6 libras y tres de a 4 libras) que se trajo de los fuertes de Misuri. Para proteger los demás costados de la villa, mandó hacer unos atrincheramientos que rodeaban el pueblo, por norte y sur, desde la torre hasta el río, un total de dos mil metros.
El 23 de mayo, cuando aún les faltaba construir los parapetos de la torre, Leyba recibió el aviso de que el enemigo se hallaba a veinte leguas de las puertas de San Luis. El 24 llegó de Nueva Orleans un comerciante con la declaración de guerra, que Leyba leyó al día siguiente en la plaza pública.
Fue justo a tiempo, pues el día 26, el enemigo entró por el norte «con una audacia y una furia increíbles, dando gritos aterradores y haciendo un fuego terrible».
Se ha sabido después, por fuentes británicas, que la fuerza atacante consistía en guerreros winnebagos, sioux, ottawas, chippewas y iowas, además de algunos outagamies, sacs, mascoutins, kickapous y pottawatamies. Hubo también, aunque en menor número, voluntarios canadienses, tratantes de pieles y sus criados. Una parte de este ejército se separó para atacar simultáneamente el asentamiento americano de Cahokia al otro lado del río. Se calcula que fueron entre 600 y 750 los que asaltaron San Luis.
La guardia del atrincheramiento norte dio la voz de alarma, «¡A las armas! ¡A las armas!» y todos sin excepción —soldados, milicianos, cazadores y habitantes— tomaron sus posiciones, designadas de antemano. Mujeres y niños corrieron para refugiarse en la Casa del Gobierno, que estaba defendida por el teniente y 20 de sus soldados; los milicianos lucharon desde los atrincheramientos y a Leyba le llevaron a la torre (en aquel momento se hallaba gravemente enfermo), junto con algunos soldados y cazadores, para dirigir la artillería y dar órdenes.
Durante más de dos horas, San Luis resistió el asalto, sin que dejasen de sonar mosquetes ni cañones. Leyba elogió el valor de los padres de familia que, a pesar de los desgarradores gritos que les llegaban desde la Casa del Gobierno, no soltaron las armas y mantuvieron sus posiciones:
Nuestros milicianos y habitantes han demostrado prodigios de valor al afrentarse a los más evidentes peligros para la defensa de los atrincheramientos y queriendo incluso llevar a cabo una salida contra el enemigo si yo no lo hubiese impedido por el miedo de que podrían sucumbir al gran número de nuestros enemigos que esperaban solo ese momento para forzar y entrar en la villa.
Según informó el teniente-gobernador británico en Michilimackinac, Patrick Sinclair, fue la traición de un tratante y algunos indios que se quedaron atrás lo que sembró la duda entre los demás e hizo que el ataque se desmoronara. El enemigo, entonces, desató su furia en el campo, destrozando los cultivos y matando a los animales. Masacraron, arrancaron cabelleras y tomaron prisioneros a aquellos a quienes el ataque sorprendió ocupados con la labranza. «¡Qué espectáculo de horror, mi general! —dijo Leyba— al relatarlo me encuentro afligido por el más amargo de los dolores». El recuento oficial fue de 21 muertos, 7 heridos y 25 prisioneros tomados en el campo de batalla. Otros 46 fueron capturados en el río. También perecieron 20 bueyes y 30 caballos.
Mientras los habitantes del Ilinueses se estremecían ante tan duro golpe, en Madrid, la defensa de San Luis fue considerada un éxito. En febrero, se publicó en la Gaceta de Madrid un relato que exaltaba la vigorosa defensa hecha por los paisanos y soldados. Los oficiales que la mandaron (el capitán Leyba y el teniente Cartabona) fueron premiados con un ascenso. En el caso de Leyba, se le dio a título póstumo, pues la enfermedad le había arrebatado la vida solo un mes después del ataque, en la madrugada del 28 de junio de 1780.
La victoria española en San Luis, conocida hoy como la batalla del Fuerte San Carlos, significó mucho más que la salvación de los asentamientos del Ilinueses. Significó también el fracaso del plan inglés para tomar posesión del río Misisipí. Aunque intentaron otra vez movilizar a los indios, para efectuar un nuevo ataque en la primavera —lo que mantuvo al nuevo teniente-gobernador D. Francisco Javier Cruzat en alerta máxima y la milicia, en activo hasta el final de la guerra— los indios habían perdido el interés. Les parecía una empresa demasiado difícil como para merecerles la pena. Tampoco resultó la expedición de Campbell en el sur, cortada de raíz por el ataque preventivo que efectuó el general Gálvez contra La Mobila y que redujo la habilidad de Gran Bretaña para llevar a cabo la toma de Nueva Orleans.
Pero las implicaciones fueron aún más importantes, porque la pérdida del valle del río Misisipí hubiese significado para España la pérdida de toda la provincia de La Luisiana, que servía de barrera entre los dominios de Gran Bretaña y las provincias españolas de Texas y Nuevo México. Para los rebeldes americanos, se hubiese abierto un nuevo frente de guerra. Sin poder transportar hombres, suministros y documentos por los ríos Misisipí y Ohio, se hubiese visto perjudicada su capacidad de ganar la guerra. Y aun cuando la hubiesen ganado, como así lo hicieron en septiembre de 1783, no habrían tenido derechos sobre las tierras al oeste de los Apalaches, por lo que el territorio de la nueva Nación habría quedado limitado al mismo que ocuparon las Trece Colonias originales.
Cada año, los miembros de la MOSSAR (Missouri National Society Sons of the American Revolution) se reúnen en Saint Louis para conmemorar la batalla del Fuerte San Carlos y recordar el valor y el sacrificio de aquellos que lucharon para salvar al pueblo en 1780. En 2014, año del 250 aniversario de la ciudad, una placa conmemorativa les fue dedicada en Ballpark Village, cerca del lugar donde estuvo la torre, ejemplo de los esfuerzos de la MOSSAR por reconocer la contribución española a la Revolución Americana. También en Ceuta, la comunidad civil y militar rindió homenaje el 13 de marzo de 2019 a Fernando de Leyba. Se descubrió un monumento con la asistencia de los presidentes de la NSSAR y la NSDAR en España, en el que se recordó a los españoles que sirvieron, tanto en el campo de batalla como en otras tareas de gobierno, en apoyo al proceso de independencia de los Estados Unidos de América.