En 1775, Gran Bretaña se vio obligada a hacer frente a la sublevación de sus colonias de Norteamérica, que pronto desembocó en una guerra abierta y luego se transformó en un conflicto internacional. Francia entraba en 1778 en la contienda y, en junio de 1779, también el rey Carlos III declaraba la guerra a Inglaterra. Una de las preocupaciones de la Corona Española era la amenaza que suponía para Nueva España y las posesiones del Caribe la presencia de Gran Bretaña en el golfo de México y La Florida.
El punto más peligroso era la bahía de Panzacola (Pensacola), donde podían fondear los buques ingleses y desde donde se podían lanzar ataques contra La Luisiana. El comandante en jefe era el general John Campbell, que ordenó que se construyeran tres fortificaciones para proteger la ciudad y sus alrededores.
Bernardo de Gálvez era el gobernador de Nueva Orleans. Un enérgico mariscal de campo de treinta y cuatro años de edad, dispuesto a luchar por su rey. En septiembre de 1779, se apoderó de todos los puestos ingleses orillas arriba del Misisipí. También realizó diversos envíos de armas y pertrechos a los independentistas norteamericanos. En marzo de 1780, con refuerzos de soldados llegados desde La Habana, conquistaba La Mobila, la otra plaza importante en La Florida británica que abría el camino hacia Pensacola. En febrero de 1781, tras una tentativa frustrada por un huracán, que dispersó la flota el año anterior, partía de La Habana a la conquista de Pensacola, al mando de treinta y dos buques de guerra y más de 3.000 hombres.
Gálvez había tenido que vencer las reticencias de las autoridades de La Habana, preocupadas por la seguridad de la Isla. Por suerte, contaba con parte de los 11.000 soldados que el año anterior habían llegado en la gran expedición enviada desde Cádiz. Habían sufrido gran cantidad de bajas durante la travesía y también por enfermedades tropicales, así que hubieron de ser reforzados con soldados de Cuba, La Luisiana y México.
Tras un primer desembarco el 10 de marzo en la isla de Santa Rosa, situada en la bahía al lado opuesto a la ciudad de Pensacola, se iniciaron de inmediato las operaciones. El 18 de marzo, la flota entraba en la bahía bajo el fuego enemigo, con Gálvez en cabeza, dando ejemplo a bordo de su bergantín, el Galveztown. El día 23, Gálvez recibía refuerzos de La Mobila y de Nueva Orleans. Eran sus mejores oficiales y soldados veteranos, entre ellos, el coronel José de Ezpeleta, y los regimientos de infantería de España y Fijo de La Luisiana, junto a sus milicianos de Nueva Orleans.
A finales de marzo, el Ejército Expedicionario comenzó una marcha hacia donde se hallaban las fortificaciones enemigas, desde su segunda zona de desembarco, situada al oeste de la ciudad, en la desembocadura del Río Sutton. Tras atravesar marismas y espesos pinares, llegaron al terreno de bosque más próximo a los fuertes enemigos. Las incursiones de los indios creeks, aliados los ingleses, fueron constantes, como lo serían durante toda la campaña.
Las tropas y la artillería españolas comenzaron los trabajos para el asedio a las fortificaciones inglesas. Se excavaron trincheras para ir aproximándose a ellas y poder responder al fuego enemigo, que era muy encarnizado. Muchas semanas de trabajos de trinchera, ataques y contraataques y pequeños combates tuvieron como sonido de fondo el rugir de los cañones y obuses de ambos bandos. La excavación era fácil por ser el terreno muy arenoso, pero las bajas, deserciones y enfermos aumentaban, a la par que iban escaseando las municiones. El 21 de abril llegó un importante refuerzo: una escuadra desde La Habana al mando del almirante Solano, con más soldados y un contingente de infantería de marina, así como tropas francesas al mando del Chevalier de Monteil, con lo que Gálvez reunió más de 7.000 hombres.
Las temperaturas eran suaves, pero las tormentas y lluvias fueron muy frecuentes. En abril, una gran tempestad destrozó tiendas y parapetos y empapó a los combatientes. El 5 y 6 de mayo, un fuerte huracán obligó a la escuadra española a hacerse a la mar separándola del ejército. Poco después, los ingleses efectuaron un violento contraataque contra la trinchera española, en el que causaron medio centenar de bajas.
Las condiciones del asedio fueron agravándose debido a los muertos y heridos, las enfermedades, la escasez de alimentos, la falta de municiones y la incertidumbre sobre la suerte de la escuadra. Gálvez sabía que era necesario hacer un esfuerzo final o bien levantar el asedio. El día 7 de mayo, ya con las baterías de artillería en condiciones de hacer un fuego eficaz, las fuerzas españolas se prepararon para lanzar su primer asalto nocturno, pero tuvo que suspenderse por el retraso durante la marcha de noche. Pero, al menos, el enemigo pudo ser bombardeado con intensidad.
A las seis de la mañana del día 8 de mayo, los tres fuertes enemigos, Media Luna, George y Prince of Wales, izaban sus banderas y daba comienzo su habitual cañoneo contra las posiciones españolas. Pero, esta vez, los cañones de a 24 y los obuses, que los artilleros españoles y franceses habían terminado de emplazar en plena madrugada, respondieron con eficacia al fuego. Uno de los proyectiles impactó en el polvorín del reducto de la Media Luna, volándolo por los aires y matando a más de un centenar de sus defensores. Gálvez ordenó que se lanzaran rápidamente al asalto 1.700 hombres en dos columnas, al mando de los coroneles Ezpeleta y Girón. Tras un duro combate, se ocupó el reducto dañado y se colocaron varias piezas de artillería para contestar al fuego que los ingleses hacían desde los otros fuertes. Tras tres horas de fuego de mosquete y cañón, estos cesaban la resistencia e izaban bandera de tregua.
Al día siguiente, el general Campbell no tuvo más remedio que firmar la capitulación. Bernardo de Gálvez desfiló al frente de dos compañías de granaderos y tomó posesión de la ciudad.
El día 9 de mayo, según lo acordado en los artículos de la capitulación, se realizó la ceremonia de rendición de todas las fuerzas inglesas. La guarnición de más de novecientos hombres, con el gobernador de la West Florida, Peter Chester, y el general Campbell al frente, abandonaba el Fuerte George con las armas al hombro, a tambor batiente y con las banderas desplegadas, entre seis descargas de artillería. Después, entregaron las armas y las banderas. En total, se tomaron 1.250 prisioneros y un centenar y medio de piezas de artillería. Las fuerzas británicas habían sufrido 219 bajas. Los españoles, unas 300. Noventa y un jefes, oficiales y soldados muertos durante todas las operaciones descansan bajo las arenas en algún lugar de la actual Pensacola. Gracias a su sacrificio, La Florida volvía a manos de la Corona Española.
Para obtener la rendición lo más rápido posible, ante las carencias y enfermedades en que se hallaban sus tropas, Gálvez se vio obligado a conceder a Campbell que la guarnición británica pudiera trasladarse a Nueva York vía La Habana, bajo palabra de «no tomar las armas contra ninguno de nuestros aliados». La noticia provocó la alarma de George Washington, que planeaba una ofensiva contra Nueva York para el verano; pero, tras la derrota de la flota británica en Chesapeake, la estrategia se modificó para atacar más al sur a los británicos encerrados en Yorktown. La situación de las fuerzas británicas, en aquel quinto año de guerra, hacía difícil que los prisioneros de Pensacola pudieran participar en ninguna operación de importancia el resto de la guerra. Por otro lado, la victoria española en La Florida se completó con la expulsión de los ingleses de Honduras, Guatemala y Las Bahamas.
En octubre de 1781, Gálvez escribió a Francisco Rendón, representante español ante George Washington, para proponerle una gran operación militar de las tropas norteamericanas y españolas contra los estados del sur ocupados por los británicos. En aquel momento, a Washington, ocupado en el asedio de Yorktown, no le era posible iniciar ningún tipo de operación combinada.
La resultante derrota británica en esa batalla fue tan grave que hizo innecesario realizar ninguna cooperación militar directa entre ambos generales.