George Washington necesitaba mejorar la crianza de las escasas mulas con las que contaba en su plantación de Mount Vernon. En España, había una de las mejores razas de asnos, la del zamorano, que, mezclado con yeguas, daba excelentes ejemplares de mula. Pero la Corona prohibía la salida de cualquier tipo de semental del territorio español. Diego de Gardoqui, por entonces embajador del Reino de España en Estados Unidos y amigo personal de Washington, avisó al Secretario de Estado, el conde de Floridablanca, de los deseos de este. Este informó al rey Carlos III, quien decidió regalarle una pareja de asnos zamoranos, aunque uno murió durante la travesía a América. Con el superviviente, que llegó a Virginia el 19 de diciembre de 1785, Washington comenzó una provechosa crianza de mulas.
John Jay, representante del Congreso en España entre 1780 y 1781, quedó vivamente impresionado durante su estancia por el caballo andaluz. Es una raza célebre desde la antigüedad, considerado entre los mejores del mundo, por su agilidad, belleza y especiales virtudes para la guerra. Gardoqui hizo llegar a Nueva York, como regalo de Estado, un ejemplar procedente de las cuadras de la Guardia Real para Jay, quien tuvo que solicitar un permiso especial al Congreso, para poder aceptar el valioso presente.