En una estantería detrás del escritorio del secretario perpetuo de la Real Academia de la Historia se encuentra un enorme tomo de actas de las reuniones de la junta de gobierno celebradas en 1784. En el acta correspondiente al 9 de julio de 1784 consta que Benjamin Franklin fue propuesto y elegido por unanimidad como miembro honorario de la Academia. En la reunión, el académico don Ramón de Guerra informó a sus colegas que William Carmichael, recién nombrado representante comercial de los Estados Unidos en España, había presentado a la Academia una colección de los libros de Franklin. Carmichael agregó, en una carta que se leyó ante la junta, que «la Academia de Ciencias establecida en Filadelfia bajo el nombre de Sociedad Filosófica» había nombrado como miembro honorario a don Pedro Rodríguez, conde de Campomanes, director de la Real Academia Española. A continuación, don Ramón de Guerra realizó la propuesta siguiente: «En atención […] a la justificadamente adquirida fama del Dr. Franklin como celebrado político e intelectual, y por ser miembro de las academias más importantes de Europa, y en respuesta al ejemplo que ha dado con la creación de la Sociedad Filosófica, propongo a la Academia que sea admitido como Individuo Honorario». Mientras se celebraba en Madrid la reunión de la junta de gobierno de la Real Academia, Franklin esperaba en Francia la llamada para regresar a Estados Unidos.
Este acontecimiento poco conocido culminó una década durante la cual Franklin mantuvo correspondencia y negoció con funcionarios e intelectuales españoles. El éxito de los encuentros secretos de Franklin con España condujo directamente al establecimiento de los Estados Unidos; aun así, y debido a su naturaleza clandestina, los esfuerzos de Franklin nunca llegaron al dominio público, y como consecuencia quedaron excluidos de toda consideración histórica.
Franklin no era un desconocido en España. En septiembre de 1767, su nombre ya aparecía en los periódicos de Madrid. Según la Gaceta, el doctor Franklin había dejado muy claro que sus compatriotas americanos no aceptarían los actos del Parlamento británico sin representación. Unos meses más tarde, tanto la Gaceta como el Mercurio informaron sobre el movimiento independentista y sobre el Motín del Té en Boston. Desde ese momento, en la prensa española se asoció a Franklin más que nada con la revolución que dio lugar al nacimiento de los Estados Unidos. Como ha señalado el historiador español Miguel Ángel Ochoa Brun, para los españoles Franklin era «el actor principal» del movimiento independentista.
Franklin inició su relación con España en 1774, pero no en su condición de diplomático. Fue su fama como inventor y filósofo lo que llevó a la embajada española en Londres —donde en aquel momento residía Franklin— a ponerse en contacto con él respecto a la posibilidad de adquirir una «armónica» de cristal para el infante español don Gabriel de Borbón, hijo menor de Carlos III. A Franklin se le atribuía el mérito de haber inventado, o al menos popularizado, este instrumento. El infante, que tenía solo veintidós años, era músico e historiador. Franklin accedió y con su ayuda la embajada pudo enviar una de sus armónicas de cristal a España.
Don Gabriel, como señal de su agradecimiento, le obsequió a Franklin un ejemplar de su traducción, del latín al español, de dos libros de Cayo Salustio Crispo, historiador romano del siglo i a. C., bajo el título conjunto de La conjuración de Catilina y la guerra de Yugurta. Franklin recibió el libro tras su regreso a Filadelfia y quedó muy satisfecho: el libro se había imprimido utilizando una tipografía recién creada, la llamada Bodoni Old Face, diseñada por Giambattista Bodoni, a la sazón tipógrafo real de la corte española. Un admirado Franklin lo describió como un libro bello, de «magnífica realización» y superior, en términos de tipografía, a la mejor impresión de París. Años más tarde, elogió el ensayo de Bodoni sobre la tipografía como «uno de los más bellos que el arte haya producido hasta ahora».
Franklin escribió una carta de agradecimiento al infante y aprovechó la oportunidad para enviarle una copia de «las últimas Actas de nuestro Congreso Americano», para que los «políticos sabios de España contemplen los primeros esfuerzos de un estado naciente, [llamado a desempeñar] en breve, un papel de gran importancia en el escenario de los asuntos humanos, proporcionando material digno para un futuro Salustio». Propuso, además, que España y los Estados Unidos se convirtieran en estrechos aliados, añadiendo que ya existía en las colonias un «buen fundamento», dada la «opinión popular bien informada sobre la integridad y el honor de los españoles».
La carta enviada a don Gabriel se halla en el Archivo General del Palacio Real de Madrid. Franklin conservó una copia que se encuentra en la Biblioteca de la Universidad de Yale y hay una edición tipográfica en la Biblioteca del Congreso en Washington, D. C. Existen ligeras diferencias entre las copias. Desgraciadamente, la armónica de cristal se ha perdido. Sin embargo, el regalo del infante a Franklin ha sobrevivido y se conserva en la Beinecke Rare Book and Manuscript Library de la Universidad de Yale.
Pocos meses después de escribir al infante, Franklin partió hacia Francia, donde, junto con Arthur Lee y Silas Deane, debía solicitar la ayuda y el compromiso de los países europeos a favor de la lucha colonial por la independencia. La nueva comisión encabezada por Franklin —siempre conocido en España como «el doctor Franklin»— contaba con un entorno propicio para sus operaciones. Deane ya había estado en contacto con el embajador de España en París. Estaba al tanto de la ayuda española que se enviaba a través de Nueva Orleans. Como mínimo, era consciente de que la causa estadounidense le interesaba tanto a España como a Francia.
Pocos días después de su llegada a París, Franklin envió una carta al embajador español Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda. Solicitó, en nombre de la comisión norteamericana, una reunión con Aranda con el fin de «cultivar la buena voluntad de España y Francia». Aranda, partidario de la causa estadounidense, invitó a la comisión a reunirse con él en su residencia, después de las siete de la tarde para evitar sospechas. Ansiaba saber qué propuestas del Congreso traería Franklin. Así, el domingo 29 de diciembre de 1776, por la tarde, Franklin y sus dos colegas se reunieron con Aranda.
La primera reunión duró un par de horas y Aranda envió después un informe detallado a Madrid, afirmando que nunca obtuvo una respuesta directa a sus preguntas. Tal vez la reunión se viera perjudicada por dificultades de idioma, dado que ninguno de los tres comisionados norteamericanos hablaba francés con fluidez. «No sin cierta vacilación», Aranda confesó a Franklin su sorpresa ante la modestia de sus intenciones, que se limitaban a «una solicitud de buenas relaciones». Le parecía que, dadas las circunstancias de su rebelión, «su venida se dirigía más presto a buscar ayuda, y a solicitar tal ayuda con otras propuestas», ya que «hasta ahora las Colonias no poseen en paz su libertad». Franklin, sin duda desconcertado por la franqueza de Aranda, señaló que efectivamente tenía más propuestas, incluidas en una memoria que presentaría en un futuro próximo. Le aseguró que la rebelión se tomaba muy en serio y que Aranda no debía dudar de la determinación de los norteamericanos.
Franklin, además, agradeció a Aranda la ayuda ya prestada por España y el haber permitido que buques norteamericanos se refugiaran en sus puertos. Al expresar su esperanza de que esta política continuara, Aranda le dio una respuesta afirmativa. Con esta garantía, Franklin ya podía seguir ordenando que los capitanes estadounidenses, entre ellos John Paul Jones, buscaran refugio —y vendieran el botín apresado— en los puertos españoles de San Sebastián y La Coruña, entre otros. Franklin concluyó, correctamente, que el conde de Aranda «parece estar bien dispuesto hacia nosotros».
Tras asegurarse de que Franklin contaba con poderes, otorgados por el Congreso estadounidense, lo suficientemente amplios como para ocuparse de «todo lo que pudiera tratarse», Aranda invitó a los comisionados a una segunda reunión; seis días más tarde, el 4 de enero de 1777, Franklin y Lee volvieron a acudir, al anochecer, a la residencia de Aranda. Al enterarse de que Deane estaba indispuesto por un ataque de malaria, Aranda les proporcionó quinina de su reserva personal.
Esta vez, Aranda se permitió valerse de un traductor, el conde de Lacy —ciudadano irlandés y embajador de España en la «Corte de San Petersburgo»—, que se alojaba en casa de Aranda. Durante la larga conversación, se le dio a entender a Aranda que Estados Unidos buscaba un tratado tanto con España como con Francia, «cada una según sus intereses». Aranda se sorprendió al advertir que Franklin parecía desconocer la magnitud de la ayuda ya facilitada por España. Pese al agradecimiento expresado en la reunión anterior, Franklin hablaba como si ignorara el envío de géneros, armas y municiones desde una empresa ficticia —Roderique Hortalez et Cie— creada por España y Francia.
Con el fin de apaciguar al embajador español, Franklin propuso revelar sus propuestas a través de un emisario enviado directamente a Madrid. Aranda contestó que España deseaba evitar cualquier sospecha de duplicidad. Quería prestar ayuda, pero en coordinación con Francia, por lo que sería preferible que las negociaciones diplomáticas se celebraran en París. No obstante, estudiaría con Madrid la posibilidad de tener allí a un representante norteamericano. Tanto Franklin como Lee estuvieron de acuerdo en seguir las indicaciones de Aranda.
A continuación, Aranda los invitó a «preguntar lo que les pareciese». Para su gran sorpresa, evitaron preguntar si España estaría dispuesta a enviar más ayuda y tampoco por la probabilidad de conseguir un tratado; ni siquiera pidieron información sobre Gran Bretaña. Intuyendo la reacción de Aranda, acordaron de nuevo presentar algo por escrito. Aranda señaló que un país que aún no había conseguido su independencia debía dar prioridad a la ayuda antes que a los tratados. Los dos comisarios se comprometieron a entregar propuestas específicas por escrito.
Cuatro días después, Franklin y Lee entregaron personalmente unos documentos que detallaban su postura. Entre ellos figuraba el prometido informe de Franklin, que, para decepción de Aranda, se limitaba a abogar por la buena voluntad y el comercio. No obstante, Aranda señaló en su informe a Madrid que el Congreso «no había creído conveniente entrar en el punto de necesidad», y que no necesitaba nada gratis. Franklin llamó la atención de Aranda al afirmar que la marina británica había perdido casi un tercio de sus efectivos, al unirse muchos marinos ingleses a la flota estadounidense; esto había tenido un impacto sobre la marina mercante británica, ya que el Gobierno tenía que sustituir a los desertores. Ante esta falta de mano de obra y con la llegada reducida, desde las colonias, de materiales para la construcción de barcos, Aranda concluyó que los recursos navales británicos se hallaban en su peor momento «desde que se arrogara el dominio de los mares».
A raíz de estas dos reuniones, Aranda redactó dos informes extensos, detallados y llenos de opiniones. Describió las reuniones y sus impresiones y recomendó encarecidamente que España actuara de forma inmediata con el fin de «obtener el fruto deseado de la guerra con la corona británica». Señaló que Franklin y Lee «hicieron muchas demonstraciones de respeto hacia el Rey Católico» y que «su principal fin era el de convencer que de su parte anhelaban su protección».
Sin embargo, el rey y sus ministros se mostraron más cautos. Ninguno de ellos había recibido o leído el informe de Franklin, lo cual les valió como excusa para no declarar la guerra ni entrar en un tratado. Llegaron a la conclusión de que España y Francia podían ejercer cierta paciencia; seguirían ayudando encubiertamente a las colonias y preparando sus propias fuerzas, mientras Gran Bretaña «sigue generando enormes gastos». Los informes de Aranda ofrecieron una nueva perspectiva oficial de las colonias rebeldes. Franklin y sus colegas habían conseguido iniciar nuevas discusiones dentro de la corte española.
Poco después de las reuniones, tal vez por no entender bien la postura de España, la comisión norteamericana decidió enviar a Arthur Lee a Madrid. Salió el 7 de febrero y Aranda, inexplicablemente, le proporcionó una carta de presentación y un pasaporte; además, informó al Gobierno de antemano. El viaje, aunque contaba con la aprobación de Franklin, representaba una iniciativa algo presuntuosa, capaz de provocar una crisis. De hecho, los superiores de Aranda le avisaron que la visita de Lee a Madrid «sería un grave inconveniente para el Rey». Lee fue interceptado en Burgos, en el norte de España; le informaron que la eventual detección de su presencia en la capital causaría un daño irreparable tanto a su país como a su relación con España. Antes de volver a París, Lee se reunió durante dos días con funcionarios españoles en la cercana ciudad de Vitoria y obtuvo información sobre la ayuda que estaba prestando España: el envío clandestino de material y pertrechos a las colonias a través de la empresa Gardoqui e Hijos y el almacenamiento en Nueva Orleans de municiones destinadas a los rebeldes. También se enteró de que España, a través de Aranda en París, tenía intención de ponerse en contacto con Holanda con el fin de ampliar el crédito para la causa colonial. Como miembro principal de la delegación estadounidense, Franklin calculó mal la reacción de España ante el viaje de Lee. Sin embargo, este error dio sus frutos.
A las pocas semanas del regreso de Lee, los comisarios estadounidenses recibieron instrucciones que dieron lugar a la firma por Franklin de dos cartas parecidas, aunque no idénticas: una dirigida al ministro de Estado francés y la otra a Aranda. Según Franklin, los Estados Unidos entendían que tratar con uno u otro de los dos países era como tratar con ambos, y el Congreso estaba dispuesto a vincular sus aspiraciones independistas, o incluso subordinarlas, a los objetivos de España y Francia. Expuso una serie de propuestas: entre ellas, que si España entraba en la guerra, el Congreso por su parte declararía la guerra contra Portugal, como aliado de Gran Bretaña; se facilitaría la recuperación de Florida Oriental y Occidental por parte del Imperio español, «siempre que […] los Estados Unidos tuvieran el derecho de libre navegación por el Misisipi»; y si España necesitara ayuda en las Indias Occidentales, los Estados Unidos proporcionarían dos millones de dólares además de seis fragatas con no menos de veinticuatro cañones. Franklin añadió que las disposiciones de un eventual tratado estarían sujetas a modificaciones por parte del Gobierno español, y que el Congreso no «daría un paso» para negociar una paz «sin consultar a los Ministros de Su Majestad». La presencia de copias de ambas cartas en los archivos de España confirma que los dos Gobiernos optaron por colaborar.
Las cartas, no obstante, mostraban una ignorancia total de las actividades que se estaban desarrollando en Europa y en Sudamérica, que afectaban en cierta medida tanto a las colonias rebeldes como a las posturas de España y Francia. Además, los estadounidenses no estaban en condiciones de ofrecer ayuda, ya que ellos mismos claramente la necesitaban.
En la misma reunión del 5 de abril, Franklin presentó a Aranda, ya de forma oficial, sus credenciales como ministro en España. En un documento bastante voluminoso, lacrado y firmado por John Hancock, presidente del Congreso, se nombraba a Franklin ministro en España, encargado de «comunicar, negociar y concluir con Su Muy Católica Majestad, el rey de España […] un tratado […] para el justo propósito de ayuda en el desarrollo de la presente guerra entre Gran Bretaña y estos Estados Unidos». Aranda se negó inicialmente a recibir el documento, sugiriendo que una copia sería suficiente. Franklin insistió en que Aranda recibiera el original «en la forma adecuada». Aranda consintió, pero dejó claro que ni Franklin ni ningún otro representante americano debía ir a Madrid. Franklin se inclinó y aceptó cumplir con los deseos de Aranda, siempre que este recibiera el documento y la carta que lo acompañaba, que nombraba a Franklin «ministro plenipotenciario» en España. Los dos documentos se entregaron a Aranda en un paquete sellado la noche siguiente. En efecto, Franklin había sido nombrado el primer embajador de los Estados Unidos en España.
Franklin comprendía la postura de Aranda y en su carta reconocía que su presencia oficial en Madrid «no se cree conveniente en la actualidad ». Ni él ni el Congreso harían nada que pudiese «incomodar a un país por el que sentían tanto respeto». Concluyó expresando su intención de aplazar su viaje a Madrid, «a la espera de circunstancias más propicias».
En julio, un memorándum enviado por Franklin al Gobierno francés llegó a manos de Aranda, que lo envió, traducido al español, a Madrid. Según Franklin, convendría que Francia declarara la guerra antes de que Gran Bretaña hiciera la paz con las colonias; si no, Gran Bretaña se volvería contra Francia por haber proporcionado ayuda secreta a las colonias rebeldes. Añadió que Francia seguramente encontraría alguna justificación para la guerra; después de todo, «… las naciones siempre tienen la habilidad de imaginar pretextos específicos para cada guerra en la que quieren involucrarse».
Con excepción de un comentario bastante revelador, Aranda dejó que los franceses respondieran a la propuesta audaz de Franklin. Aranda recibió una copia de la respuesta y la remitió a Madrid, comentando que lo hacía « para contrarrestar algunas ideas engañosas que él [Franklin] había hecho circular». Pese a la carta de Franklin, Aranda siguió recomendando que España se planteara una declaración de guerra. Se quedó un poco perplejo ante la queja de Franklin y sus compañeros de que no se había recibido lo prometido por España, aunque sí reconocieron la llegada de algunos envíos desde puertos españoles, «cuyo valor aún desconocemos».
Aceptando, tal vez, que había llegado el momento de dejar de intentar forzar un tratado, en septiembre de 1777 Franklin le envió a Aranda una petición de nueve páginas con un anexo detallado en el que se enumeraban los requisitos de los estadounidenses: los suministros y equipos que las trece colonias necesitaban para llevar a cabo su revolución. Para cada artículo, se indicaba el precio. El documento reflejaba no solo la confianza de los rebeldes respecto al éxito previsto de su empresa, sino la implantación de un nuevo sistema de crédito.
Para diciembre de 1777, ya se había producido una serie de acontecimientos que impulsaron a Franklin a presionar a España y Francia para que entraran en la guerra. En octubre, los estadounidenses obtuvieron su primera gran victoria militar en Saratoga; poco después, las operaciones militares españolas en Sudamérica y en Lisboa culminaron en un tratado de paz con Portugal, neutralizando así al único aliado europeo de Gran Bretaña. El 4 de diciembre, Aranda habló con Franklin de la victoria en Saratoga, declarando que en su opinión «había llegado el momento» de que España actuara. La sola idea debió de emocionar a Franklin.
Sin embargo, ni el rey ni sus ministros compartían el entusiasmo de Aranda. El Gobierno español optó por esperar, aunque seguiría enviando ayuda clandestina. Pero Francia, con el beneplácito cauteloso de España, eligió firmar tratados con las colonias y después declarar la guerra. Su plan de sorprender a la flota británica en Nueva York, consiguiendo así una paz rápida, fracasó.
El Gobierno español, encabezado por el ministro de Estado, el conde de Floridablanca, se inclinó por un camino distinto y más meditado. En lugar de seguir el ejemplo de Francia, España consideró que era el momento de ejercer presión, con vistas a lograr una paz negociada. La amenaza implícita de una declaración de guerra por parte de España haría reflexionar a Londres. Además, España no contemplaría una paz que no incluyera la independencia de los Estados Unidos.
Franklin y sus compañeros no dejaron de trabajar con sus homólogos españoles y la ayuda española siguió llegando a las colonias. Prestaron apoyo dos nuevos aliados, el marqués de Lafayette, general de división, y el barón Friedrich von Steuben; ambos viajaron a las colonias, por recomendación de Franklin y con la asistencia de España. Se enviaron mantas españolas a Valley Forge a través de Nueva Orleans y Fort Pitt. En 1778, la compañía española Gardoqui e Hijos envió 18 000 mantas, 11 000 pares de zapatos, medias, camisas y suministros médicos.
A principios de 1779, Franklin escribió que España había estado negociando con Inglaterra, insistiendo en la independencia de los Estados Unidos «de hecho, si no en apariencia». Añadió que sus intentos de acercamiento habían sido rechazados y que España se estaba preparando para la guerra. En una carta a Patrick Henry, afirmó: «España ya está a punto de declararse contra nuestros enemigos».
Tenía razón. En abril, España acordó una alianza con Francia y el 21 de junio de 1779 declaró la guerra a Gran Bretaña. Como consecuencia, el Congreso consideró necesario enviar un emisario a Madrid; esta vez decidieron que Franklin se quedara en París, siendo sustituido en España por John Jay.
Tras el nombramiento de Jay, la participación de Franklin en asuntos relacionados con España fue disminuyendo. La correspondencia oficial hallada hasta la fecha es más bien escasa, y no han salido a la luz cartas privadas ni diarios que arrojen información sobre sus contactos con España. No obstante, algunos datos señalan que la relación perduró. Le causó cierta molestia la petición de un comerciante estadounidense con negocios en España, que pretendía que Franklin lo avalara. El hombre estaba teniendo tantos problemas que Franklin empezó a sospechar. «Con toda la buena voluntad que España ha manifestado en muchos casos —le escribió—, me cuesta entender por qué persisten sus problemas, a no ser que Vd. haya ofendido a alguien, o que le haya dado motivos para sospechar». Franklin habló una vez con Aranda de este asunto, pero se negó a hacerlo de nuevo.
La relación de Franklin con los corsarios estadounidenses fue un asunto más importante. Los había animado a asaltar los barcos británicos, pero a algunos corsarios les costaba distinguir entre amigos y enemigos. Franklin atendía las quejas del Gobierno español cuando se asaltaron barcos españoles, bien por error o intencionadamente. En caso necesario, Franklin recomendaba que se castigara a los capitanes responsables y que se les pidieran indemnizaciones. Pero al mismo tiempo expresó a Aranda ciertas dudas: creía que los británicos trataban de crear confusión, enarbolando la bandera estadounidense cuando asaltaban buques españoles. En una ocasión, Franklin se reunió dos veces, incluida una cena en su residencia, con un comerciante español y su esposa, cuyo negocio familiar se basaba en las islas Canarias. Uno de sus barcos, apresado por los corsarios, se había vendido en las colonias.
La situación financiera de Jay en Madrid se volvió problemática. Había obtenido un préstamo del Gobierno español para cubrir sus gastos de manutención y pidió a Franklin que consiguiera dinero en París para pagar sus deudas. Franklin acabó por decirle que su situación lo «mortificaba» y que la «tormenta de facturas» lo había «aterrorizado y molestado» tanto que le costaba conciliar el sueño. A continuación, advirtió a Jay que no dejara que los españoles se aprovecharan de «nuestro problema». «Absténgase de la práctica de pedir a España sus gastos». Franklin sugirió entonces que Jay se trasladara a París, adonde llegó en junio de 1782 llevando consigo 174 000 dólares en efectivo de ayuda española.
A la llegada de Jay a París, Franklin presentó a su joven colega a todos los personajes clave. Aranda informó que Franklin había llevado a Jay a cenar a su casa para que se conocieran. A finales de julio de 1783, pocas semanas antes de la firma del tratado de paz definitivo, Franklin envió a Aranda «dos ejemplares de la Constitución de los 13 Estados Unidos». Pidió que una copia se entregara al rey y que Aranda se quedara con la otra. Aunque Jay tomó la iniciativa, sabemos que Aranda y Franklin tuvieron que reunirse durante las negociaciones finales de paz. Franklin sentía vergüenza por las actividades de Jay, afirmando que le dolían y que deberían ser «condenadas» por toda la gente decente. Opinaba que Jay y sus colegas habían «sembrado semillas de enemistad en la Corte de España».
Según los registros históricos, tras la firma del tratado el 3 de septiembre de 1783 Franklin organizó una cena. Aranda aceptó la invitación y asistió a ella junto con John Adams, Jay y varios funcionarios franceses. Por esas fechas, Aranda invitó a Franklin, o a un representante suyo, a Madrid para negociar un tratado de comercio y amistad. Franklin declinó la invitación, afirmando que sus instrucciones requerían que él y los comisionados permanecieran en París y continuaran allí las conversaciones.
Quizás fue Aranda, un hombre ilustrado, quien informó a Franklin sobre la Real Academia de la Historia y su director, el conde de Campomanes. No se sabe cómo se conocieron Campomanes y Franklin. Sin embargo, las escasas cartas —una de las cuales es un borrador de mano de Campomanes— indican que se cartearon e intercambiaron publicaciones e ideas ya en mayo de 1787. Sin duda, otros intelectuales españoles admiraban a Franklin. La biblioteca privada del notable erudito y dirigente Francisco Saavedra contaba con numerosos manuscritos de Franklin. Curiosamente, Saavedra —que desempeñó un papel clave en el diseño de la estrategia, y también en la recaudación de fondos, para la derrota de los ingleses en Yorktown— se encontraba en París al mismo tiempo que Franklin, trabajando durante un breve período con Aranda. Sin embargo, no se sabe si estos dos intelectuales llegaron a conocerse.
No es de extrañar que un autor español, Pantaleón Aznar, publicara la que puede ser la primera biografía de Franklin. El libro se editó en Madrid en 1898 con el título Vida del Dr. Franklin sacada de documentos auténticos.
Como escribió Francisco Escarano, secretario de la embajada española en Londres, al conocer a Franklin, este era «el filósofo, que es la mejor persona del mundo». Franklin era conocido y respetado en España y, a su manera, sentía lo mismo por España. Su historia podría verse, en cierto modo, como el inicio de una relación cuya propia historia refleja ese primer contacto. Fue el comienzo de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y el mundo hispano.
[Extraído del ensayo más amplio del autor, de edición limitada, titulado Doctor Franklin & Spain: The Unknown History, y de un libro anotado que se publicará próximamente, con el título provisional de Benjamin Franklin and Spain: A History]
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