Algunos retratos de españoles y la independencia de los Estados Unidos

Las bellas artes siempre han sido una excelente fuente para divulgar la memoria del pasado y, en este sentido, la ayuda de España a la independencia de los Estados Unidos y el conflicto con Inglaterra durante el reinado de Carlos III ha dejado una importante galería de españoles, de distinto origen y graduación, cuyo reconocimiento conviene conmemorar por su contribución a que las Trece Colonias rebeldes norteamericanas lograran sus objetivos. Estos hombres aparecen, en su mayoría, protagonizando solemnes retratos de aparato, muchos con la estética neoclásica surgida en Europa hacia el año 1750, con un nuevo orden de belleza que pretendía reflejar los principios de la Ilustración y en la que los individuos se mostraban como ejemplo moral de conducta. Solían encargarse a pintores formados en las nuevas Academias oficiales y esto continúa siendo así a lo largo del siglo xix, aunque las formas evolucionaron hacia otras estéticas, más románticas primero y realistas después. Otras veces, los artistas optaban por priorizar la función documental de sus cuadros y relataban las secuencias políticas o militares de lo acontecido, a través de solemnes pinturas de historia que narraban las crónicas de lo que ocurrió.

En el Museo de Pontevedra existe un pequeño lienzo titulado Declaración de guerra a Inglaterra en 1779, pintado por Gregorio Ferro Requeijo en el año 1788. Ferro había nacido en Santa María de Lamas (La Coruña), pero en su juventud viajó a Madrid para estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de la que más tarde sería director. A pesar de su formación de la mano de Anton Raphael Mengs, destacado pintor neoclásico y favorito de Carlos III, en ocasiones sus obras muestran una ligereza y un sentido atmosférico alejado de lo aconsejado por su maestro, algo que se aprecia muy bien en esta pequeña obra de gabinete, que recoge el momento en que los ministros de Guerra y Marina, el conde de Ricla y el marqués de Castejón, reciben las órdenes del rey para declarar la guerra a Inglaterra. Ferro pintó ese mismo año otros cuatro cuadros, también de pequeñas dimensiones, con escenas de la guerra de la Independencia de los Estados Unidos. Estos cinco cuadros sobre la guerra son el primer ejemplo, si no el único, de una serie de este género en la España dieciochesca.

Este conflicto bélico es lo que José Moñino y Redondo, primer secretario de Estado español y conde de Floridablanca, siempre quiso evitar. El ministro, que era una figura clave de la política exterior española, canalizaba desde hacía tiempo la ayuda a los rebeldes norteamericanos de forma secreta, ya que buscaba la discreción para evitar un enfrentamiento directo. Aun así, sus esfuerzos fueron inútiles y el 22 de junio de 1779 España entraba en guerra con Inglaterra, conflicto que acabaría en 1783 con el tratado de paz firmado en Versalles, que reconocía la independencia de las Trece Colonias como los Estados Unidos de América.

El año de la paz, Francisco de Goya recibía dos veces el encargo de retratar a Floridablanca con la banda y gran cruz de la Orden de Carlos III, concedidas el 28 de marzo de 1783. Fueron sus primeros retratos oficiales y suponían el primer acercamiento a la corte a través de su secretario de Estado. Los dos están en Madrid, uno en el Banco de España y el otro en el Museo del Prado. En el primero, Floridablanca aparece vestido con un traje de gala rojo. A la izquierda, el pintor ha incluido su autorretrato como un joven artista que muestra a su comitente un boceto de la obra para recibir su aprobación, como era de rigor en muchos encargos. Tras el conde hay otro personaje, al parecer Francisco Sabatini, y sobre la pared la efigie de Carlos III. En ocasiones, esta pintura ha sido interpretada como una alegoría del Buen Gobierno, argumento que explica la presencia del monarca junto al ministro rodeado de atributos, entre los que aparece un reloj, símbolo de la templanza. En el retrato del Museo del Prado, el primer ministro vuelve a vestir de gala, esta vez con tonos azulados y plateados, y en la mano lleva un papel alusivo a la creación del Banco de San Carlos, una de las novedades financieras de los ilustrados. Este documento es un informe de su asesor Cabarrús, cuyo retrato veremos más tarde.

Los retratos de Floridablanca, pese a ser obras tempranas, supusieron un punto de partida para la exitosa carrera de Goya en Madrid. Desde ese momento, su prestigio como retratista creció día a día y, de hecho, es uno de los pintores que más ejemplos nos han dejado de rostros españoles que favorecieron la causa norteamericana. Aunque Goya comenzó su formación dentro de la tradición dieciochesca, en sus obras la orientación clasicista siempre fue interpretada de manera muy personal, con un interés por mostrar no solo los rasgos físicos o la posición social del retratado, sino también su carácter y su personalidad. En este sentido, y como ejemplo de autoridad, poco después retrató al ministro de Hacienda Miguel de Múzquiz y Goyeneche, que ya en 1779 había respaldado la creación de un banco nacional como apoyo financiero al Estado durante el enfrentamiento con Inglaterra. Múzquiz conocía a Goya con anterioridad al encargo de Floridablanca, por lo que pudo ser él quien lo eligiese para ejecutar su retrato oficial, aunque quizá aconsejado por el ministro.

El Banco de San Carlos, fundado en 1783, fue el primer banco nacional español que emitió papel moneda impreso en el reino. Tras su creación, el apoyo de Floridablanca a Goya hizo que lograse varias comisiones para retratar a sus directores, que finalizaron en 1788 con el de Francisco de Cabarrús, su primer director, y que fue el último que hizo para la institución. Las buenas cualidades para las finanzas de Cabarrús habían favorecido su relación con Floridablanca y Aranda. Tras la entrada de España en la guerra, el banquero apoyó a los norteamericanos y en 1780 creó unos vales reales, con el aval del primer secretario de Estado, y estableció la emisión de nuevos títulos de deuda, que ayudaron a cubrir los gastos bélicos. Goya retrató al financiero sobre un fondo oscuro e indefinido de influencia velazqueña, en la postura tradicional para representar la oratoria, vestido con un luminoso atuendo de seda verde y reflejos dorados, colores que tradicionalmente han simbolizado el dinero y la riqueza. Unos dijes de reloj penden de la chupa y bajo la casaca porta un espadín. El hecho de que introduzca su mano en esta prenda lo define como un intelectual, según la iconografía retratística de la época.

Otra de las celebridades españolas que secundaron y ayudaron a la causa norteamericana fue Pedro Pablo Abarca de Bolea, X conde de Aranda. Era el año 1769 cuando el joven pintor aragonés Ramón Bayeu recibió el encargo de la que sería una de sus mejores obras, hoy depositada en el Museo de Huesca. Aranda tenía entonces cincuenta años y era presidente del Consejo de Castilla, por lo que todavía quedaban cuatro para que el rey lo nombrase embajador español en París, etapa que coincidiría con la sublevación de las Trece Colonias británicas en Norteamérica. Su defensa y apoyo a los rebeldes siempre fueron absolutos, primero con ayuda indirecta a través de comerciantes particulares para no hacer cundir el ejemplo en las provincias españolas de América, aunque enseguida fue partidario del conflicto abierto con Inglaterra. Una vez finalizada la contienda, intervino en el tratado de paz y lo firmó en nombre de España.

Bayeu elaboró una composición en la que la huella del Barroco francés está presente en el aparatoso cortinaje del fondo, pero con un dibujo y un colorido que muestran la incipiente influencia de Mengs, con el que colaboraba desde 1765 en la elaboración de tapices para la Real Fábrica de Santa Bárbara. Aranda posa en un espacio interior con un fondo de columnas y cortinajes abiertos al paisaje. Viste uniforme de capitán general, con media coraza bajo la casaca azul, luce la Orden del Toisón de Oro y está acompañado de diversos objetos que aluden a sus distintas ocupaciones: el cañón, el obús y la bala representan su condición de artillero; y los planos de fortificaciones, los libros, el lápiz, la regla y el compás, la de ingeniero militar. Al fondo, un globo terráqueo simboliza su faceta de embajador en diferentes reinos de Europa, y una leyenda inferior resume sus virtudes.

Antes de que España declarase la guerra a Inglaterra, el ministro de Indias José de Gálvez y Gallardo, alertado por las posibles consecuencias que la sublevación de las colonias inglesas podría tener en la política exterior española, dio instrucciones al gobernador de La Habana para fijar una red de agentes en lugares estratégicos, con el fin de informar sobre todos los acontecimientos. También nombró gobernador de Luisiana a su sobrino Bernardo de Gálvez, de cuyo importantísimo papel en el conflicto hablaremos después, y mediante el cual haría llegar la ayuda secreta al ejército continental. El Museo Nacional de Historia de México conserva un retrato del personaje, fechado en 1785 y del que se desconoce su autor. José de Gálvez fue retratado con la solemnidad neoclásica de la época, en el interior de un despacho, luciendo la gran cruz de la Orden de Carlos III y señalando con la mano un mapa que se describe en el papel que sujeta con la otra, en el que se puede leer lo siguiente: «Sor. Tengo la Satisfon. de acompañar a D. C. El plano de la plaza de Panzagola, Rendido a las Armas de Rey el ocho del presente en gustosa noticia se----. D: C. Elebarla a la de S. M. Dios guarde a D. C. PLANO Del Puerto De Panzgola, escala de millas». Ese mismo año el rey le concedió el marquesado de la Sonora.

La ayuda logística a los rebeldes norteamericanos fue facilitada, en gran medida, por el comerciante vasco Diego María de Gardoqui, que gestionaba los envíos secretos de armas y suministros a través de su compañía Gardoqui e Hijos y el traslado en sus barcos desde Bilbao hasta las costas norteamericanas. Terminada la guerra, fue nombrado primer representante oficial del reino de España ante los Estados Unidos, cargo que ocupó entre 1784 y 1789 y que le permitió asistir a la toma de posesión de George Washington como primer presidente, celebrada en Nueva York en abril de 1789. Está documentado que, durante su estancia en Filadelfia, fue retratado por Charles Wilson Peale, obra hoy en paradero desconocido. Por otro lado, sus descendientes han conservado un bellísimo retrato en miniatura de su antepasado, realizado hacia 1795 durante una estancia posterior en Turín. Aunque estos objetos ya existían en España en el siglo xvi, se hicieron muy populares durante la segunda mitad del xviii, ya que potenciaban el individualismo, podían disfrutarse en la intimidad, eran asociados con el lujo y se consideraban un regalo muy apreciado en círculos cortesanos y diplomáticos. A partir de 1760, coincidiendo con la subida al trono de Carlos III, los más cotizados solían hacerse sobre marfil, pero también se podían elaborar sobre vitela, cobre, papel o porcelana.

En este mismo pequeño formato, el Museo del Ejército de Toledo conserva otra joya artística de uno de los grandes protagonistas españoles en la contienda americana, un retrato ecuestre en miniatura de Bernardo de Gálvez sobre un fondo de paisaje y con una bandera roja, a modo de trofeo, a los pies del caballo. Es una pieza anónima fechada hacia 1781 que llegó a España junto con una de las banderas capturadas en sus campañas. Gálvez había sido nombrado en 1776 coronel del Regimiento Fijo de Luisiana con destino en Nueva Orleans y en 1777 gobernador de Luisiana, cargo desde el cual organizó un pronunciamiento para contrarrestar la amenaza británica en los dominios españoles y ayudar a la causa de la independencia norteamericana, lanzando una campaña contra los británicos en el golfo de México, en las plazas de Mobila y Pensacola, entre los años 1780 y 1781, que contribuyó al triunfo de la Revolución. En la Historic New Orleans Collection existe otro retrato de Gálvez, esta vez de un tamaño mayor, que destaca por la naturalidad con la que posó y que hace pensar que pudo ser ejecutado del natural. Es un primer plano de casi medio cuerpo en el que aparece vestido con el uniforme de mariscal de campo que usó en las campañas americanas. Se desconoce su autor.

Gálvez regresó a España en 1784 y fue llamado a consulta por el Gobierno para debatir cuestiones relacionadas con los límites americanos o la libre navegación por el Misisipi. Durante su estancia en Madrid aprovechó para realizarse un retrato, una obra atribuida a Mariano Salvador Maella o a su taller. Maella estaba entonces adscrito al neoclasicismo y acababa de realizar uno de sus mejores trabajos, el Retrato de Carlos III con el hábito de su Orden, por lo que se había convertido en uno de los pintores españoles más cotizados del momento. En el retrato de Gálvez, este aparece vestido con su nuevo uniforme de teniente general y luciendo la cruz de la Orden de Carlos III. Tanto el ascenso castrense como la insigne condecoración los había conseguido después de las victorias del golfo de México. En la mano lleva una carta escrita por su padre, Matías de Gálvez, con la felicitación a su hijo por los triunfos de América, pero en la que también le recuerda que todas las victorias conseguidas las debe, en primer lugar, a Dios, y después, al rey. Sobre la mesa descansa un bicornio con la escarapela roja del ejército español. El cuadro pertenece a una colección particular española.

Desde el año 2014, Bernardo de Gálvez es ciudadano honorario de los Estados Unidos, la máxima distinción que se concede a un extranjero, y en el Senado de los Estados Unidos hay colgada una copia de la obra atribuida a Maella, pintada por el artista malagueño Carlos Monserrate, cumpliendo así un acuerdo del Congreso estadounidense, fechado el 9 de mayo de 1783, en el que se aprobaba la propuesta de exponer un retrato de Gálvez en el Capitolio como reconocimiento a sus heroicas acciones, claves en la victoria del ejército estadounidense sobre el británico.

En pleno siglo xxi, como refuerzo a la leyenda y a las hazañas de Gálvez en la contienda norteamericana, el artista contemporáneo español Augusto Ferrer-Dalmau ha recuperado la vieja tradición de la pintura de historia con dos escenas de guerra, en un gran formato y con una estética realista, que muestran todos los detalles de los uniformes, los complementos y el armamento. Son cuadros en los que la acción, el movimiento y el paisaje adquieren un protagonismo muy acusado.

La primera de estas obras, cuyo título es Por España y por el Rey, narra uno de los ataques británicos a las posiciones españolas que cercaban Pensacola en 1781. En el centro y en primera línea de fuego puede verse a Bernardo de Gálvez con uniforme de mariscal de campo y acompañado por sus tropas. Al fondo, los británicos huyen tras abandonar a sus muertos y su bandera. Gracias a esta victoria, los españoles lograron el control de Florida y un debilitamiento de los ingleses en Norteamérica. La obra fue pintada entre los años 2015 y 2016 y está en el Museo del Ejército, en Toledo. La segunda fue realizada en 2018 con motivo de la exposición Recovered Memories, organizada por Iberdrola en Nueva Orleans. Su título, La marcha de Gálvez, narra un suceso acontecido en 1779, cuando Bernardo de Gálvez creó el primer ejército multirracial de Norteamérica, en el que había españoles, afroamericanos libres, indios chactás, canadienses y voluntarios norteamericanos, con el fin de atacar los puestos defensivos que los británicos tenían en el Misisipi. Aquel ejército recorrió una difícil ruta pantanosa por el río, empujando lanchas cargadas con cañones para, semanas después, conquistar los fuertes de Natchez y Baton Rouge. Llama la atención cómo el pintor ha logrado captar la humedad del ambiente.

Las gestas de Gálvez fueron respaldadas por otros hombres que también han sido inmortalizados por los pinceles de los artistas. Este es el caso del marino José Solano y Bote, quien acudió con su escuadra para proteger las operaciones militares de Pensacola y por cuyo éxito fue ascendido a teniente general y recompensado con el título de marqués del Socorro. El Museo Naval de Madrid conserva la efigie de este militar español vestido con uniforme de teniente general y luciendo la venera de caballero de la Orden de Santiago, a modo de retrato narrativo que incorpora como fondo una escena histórica, con la escuadra de Solano entrando en la bahía de Pensacola. Aunque se sabe que fue pintado a finales del siglo xviii, se desconoce su autor.

La Academia de Artillería de Segovia guarda entre sus colecciones un retrato del principal consejero de Gálvez en América, el militar navarro José Ezpeleta Galdiano, quien, junto con su regimiento de Navarra, participó en la campaña de la Florida occidental, que reconquistó a los ingleses las plazas de Mobila y Pensacola. En el cuadro, el militar aparece en un interior sin definir, sentado junto a un elegante gabinete de trabajo. Fue pintado por el valenciano Eduardo Carceller en el año 1879 y tuvo como modelo otro retrato del mismo personaje, realizado años antes por el también valenciano Agustín Esteve. Carceller se había formado en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, antes de viajar a Madrid y convertirse en discípulo de Federico de Madrazo, uno de los máximos exponentes de la pintura romántica oficial. A partir de 1870 se estableció en Navarra y desde entonces tuvo un papel muy destacado en el panorama cultural de la zona, como profesor y como pintor, convirtiéndose entre los años 1880 y 1920 en el retratista oficial de la sociedad pamplonesa. Fue entonces cuando recibió el encargo de realizar un retrato póstumo de Ezpeleta, que había fallecido en 1823. Dada su formación académica decimonónica y su labor ligada a la docencia, su pintura nunca abandonó los rígidos convencionalismos academicistas de la época, ligados a la tradición figurativa y realista.

Francisco de Saavedra fue otro de los españoles que contribuyeron a facilitar la independencia de las colonias norteamericanas. Había sido nombrado comisario regio en América por Carlos III para auxiliar a Gálvez en sus campañas y posteriormente suministró una importante ayuda económica a la escuadra francesa, necesaria para conseguir la victoria final de Yorktown. En el año 1798, quince años después de los conflictos, Francisco de Goya realizó el que sería uno de sus mejores retratos, ubicado en la Courtauld Gallery, en Londres. Aquel año pintaba una serie de cuadritos para los duques de Osuna y trabajaba en los frescos de la ermita de San Antonio de la Florida para los reyes, encargo que pudo estar favorecido por su amistad con Francisco de Saavedra, que entonces estaba en la cima de su poder, como ministro de Hacienda y tras su nombramiento como ministro de Estado. La obra fue encargada por Gaspar Melchor de Jovellanos, que además de ministro de Justicia era un exquisito coleccionista. Saavedra posó con naturalidad en su despacho, frente a una mesa con papeles y un tintero, vestido con una levita y chaleco en tonos azules, camisa blanca, pantalones de terciopelo y medias de seda. Luce la cruz de la Orden de Carlos III, concedida en 1782. Existe otra versión de la época en el Real Colegio del Sacromonte de Granada, cuya documentación testimonia como las negociaciones con Goya para la comisión de este retrato se hicieron desde Granada con el fin de crear una galería de retratos de colegiales ilustres. Parece ser que la obra del Sacromonte es una réplica de taller, modificando el color de la indumentaria. Lo que todavía está por determinar es el grado de implicación que tuvo Goya en este segundo retrato, a pesar de que se le llegó a pagar desde Granada como obra autógrafa.

El almirante Luis de Córdova y Córdova había sido nombrado director general de la Armada española el 7 de febrero de 1780, cuando la guerra de la Independencia de Norteamérica estaba en todo su apogeo. Pocos meses después, mientras estaba al mando de una escuadra combinada española-francesa, capturó a la altura del cabo Santa María, al norte de las Azores, un convoy inglés con mercancías para las Indias de más de cincuenta y cinco barcos. Un año después, esta vez en el canal de la Mancha, volvió a capturar otro convoy inglés de veinticuatro barcos que se dirigía a América. Estas dos hazañas supusieron dos duros golpes para la logística del ejército británico en América. El Museo Naval de Madrid conserva un retrato del personaje, de autoría desconocida y fechado a finales del siglo xviii, vestido con un uniforme grande de capitán general común para el Ejército y la Armada, cruz y venera de Calatrava y banda y gran cruz de Carlos III. A la izquierda del personaje, una cartela informa de los servicios prestados. Es un retrato formal, académico, directo, de un militar de alcurnia y con la solemnidad destinada a hombres de gran calibre social.

Por último, y para terminar con esta pinacoteca dedicada a españoles que ayudaron a los Estados Unidos en su proceso de independencia, habría que mencionar que no todos los retratados fueron políticos o altos cargos militares. En este sentido, el Denver Art Museum conserva una obra anónima con un original formato, ya que no está montada sobre el tradicional bastidor, sino sobre dos soportes de madera dorada, a modo de pergamino, para facilitar que pudiese ser enrollada y transportada en los viajes. Es un óleo sobre lienzo fechado hacia 1783 y, gracias a los detalles de la indumentaria, el personaje ha podido ser identificado como Antonio Clemente Aróstegui_,_ un capitán del Regimiento de Infantería de Aragón que viajó desde Cádiz para participar con Gálvez en la campaña de Pensacola, a quien dirige el sobre que lleva en la mano y en el que se puede leer lo siguiente: «General del Exercito de Operacion en la F. [fortaleza] de la Cabaña» (La Habana). En la casaca lleva bordada la cruz de la Orden de Santiago, que también pende como colgante, y sobre la hebilla del cinturón luce la insignia real de la Orden de Carlos III. Por otro lado, el Louisiana State Museum de Nueva Orleans custodia un retrato de Ignacio de Balderes, natural de Salamanca y subteniente de granaderos del segundo batallón del Regimiento Fijo de la Luisiana, que luchó con Gálvez en las campañas del Misisipi y Florida. La obra está fechada hacia el año 1790 y ha sido atribuida a José Francisco Xavier de Salazar y Mendoza, un artista de Yucatán formado en la Academia de la Ciudad de México. La pintura conserva la singular capa rojiza de los fondos de Salazar y tiene el porte formal y poco expresivo característico de los retratos coloniales, que provocaban un distanciamiento psicológico. Salazar llegó a Luisiana en el año 1784 y desde entonces, durante dieciocho años, realizó cerca de cincuenta cuadros de personajes destacados de la Nueva Orleans española, de militares, de comerciantes y de sus familiares. En la actualidad está reconocido como el mejor retratista español del siglo xviii en Norteamérica y la mayoría de sus creaciones están en las colecciones americanas.

** Bibliografía ‍**Guerrero Acosta, José Manuel (coord.), Recovered memories, Spain and the Support for the American Revolution (cat. exp.), Bilbao, Iberdrola, 2018. Guillamón Álvarez, Francisco Javier (dir.), Floridablanca, la sombra del rey (cat. exp.), Murcia, Instituto de las Industrias Culturales y las Artes de la Región de Murcia, 2019. Muruzábal del Solar, José María, «El pintor Eduardo Carceller: contribuciones al estudio de su figura y de su obra», Príncipe de Viana, año 75, núm. 259, 2014. Sellers, Charles Coleman, «Portraits and Miniatures by Charles Willson Peale», Transactions of the American Philosophical Society, vol. 42, parte 1, 1952. VV. AA., Goya y su contexto. Actas del seminario internacional celebrado en la Institución Fernando el Católico, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2011.

Mar García Lerma
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